Años sin excusa…

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José Juan Ruiz Gómez

Nadie con un mínimo de sensibilidad y sensatez duda a estas alturas de que los españoles nos enfrentamos a una muy difícil situación económica y social. Los datos macro son elocuentes: desde el inicio de la crisis en la segunda mitad de 2008, la economía española ha acumulado una reducción del 5.8% de su Producto Interior Bruto en términos reales y la renta per cápita ha caído un 8%. La dramática destrucción de empleo y la fuerte subida de la tasa de desempleo que ha acompañado a esa recesión han hecho que 1 de cada 3 parados europeos vivan hoy en nuestro país y que nuestra economía haya destruido el equivalente al 80% del empleo neto perdido por la zona euro. Poco a poco, el país ha dejado atrás la fase de la negación de la realidad y ha comenzado a asumir que estamos enfrentados a una triple crisis – bancaria, de sobre-endeudamiento privado y público, y de competitividad – muy similar a las crisis que Latinoamérica sufrió en los anos 80s y 90s. Aquella experiencia histórica nos enseno que los efectos económicos, políticos y sociales de esas crisis pueden ser muy profundos, y que para superarlos hay que tener una estrategia clara, un compromiso creíble para llevar adelante un programa consistente de reformas, y tiempo. Mucho tiempo.
La magnitud de la recesión y la falta de argumentos creíbles en favor de una inminente recuperación hacen comprensible el actual estado de ánimo de la sociedad española. Sobre todo, si se advierte que para buena parte de los españoles lo que esta ocurriendo es algo inédito. Impensable hace apenas unos anos. Para vencer el desanimo, sin caer en el voluntarismo, los españoles quizás nos debamos hacer tres preguntas:
• la primera, si realmente esta es la primera crisis de esta magnitud que enfrenta el país;
• la segunda, si hubo otras crisis, que funcionó y que no funcionó a la hora de encontrar soluciones;
• y la tercera, si es posible hacer reformas que absorban en un plazo razonable de tiempo la brecha de bienestar que esta crisis ha abierto.
El trabajo de historiadores como Leandro Prado de la Escosura de la Universidad Carlos de Madrid y las estimaciones más recientes del Fondo Monetario Internacional nos permiten contestar con contundencia a la primera cuestión: en nuestra historia económica hemos tenido crisis tan intensas como las que hoy nos abruman. En concreto, si nos limitamos a contabilizar aquellas en las que al menos en un ano la renta per cápita cayó un 3% o mas, el grafico adjunto nos indica que en 150 anos tenemos al menos 15 episodios. Si subimos el listón hasta el 5%, la actual crisis es puntualmente similar a las que se registraron en los años 1902, 1910, 1914 o 1930, y menos intensa que la crisis de 1868, 1874, 1936 ó 1945. No hace falta subrayar que todos esos episodios trascendieron de su origen macro y acabaron convirtiéndose en “acontecimientos institucionales” que cambiaron la vida de la sociedad española. En síntesis, como país ya hemos estado aquí varias veces, aunque las circunstancias actuales sean muy distintas a las que enfrentamos en el pasado tanto en términos de condicionantes como de oportunidades.
La mas obvia diferencia es el nivel de renta: 24 mil euros de hoy frente a los, por poner un ejemplo, los 4.300 euros de la crisis de 1930. Comparar las crisis del Siglo XIX con las del siglo XXI quizás no tenga sentido salvo por una circunstancia: tener una visión completa de todas las crisis ayuda a darse cuenta de que no todas las formas de salir de la crisis tienen lo mismos efectos sobre el ritmo de crecimiento.
Como puede apreciarse en el grafico el crecimiento sostenido del nivel de renta per cápita española es la excepción no la norma de nuestra historia. Partiendo en 1850 de 1.760 renta per cápita tardamos 61 años en duplicarla – en 1921 – y hasta el año 1965 no volvimos a conseguirlo. Todo ello, sin mencionar que la Guerra Civil y el lento crecimiento posterior de la economía hicieron que se tardaran 35 años en recuperar el nivel de renta alcanzado en 1929.
Esa anémica experiencia contrasta con lo ocurrido a partir de 1960. En las cinco décadas que van entre entonces a ahora, la renta per cápita española se multiplicó por 5, con tres puntos de inflexión: la estabilización de 1959, la entrada en la Union Europea en 1986 y la entrada en el euro en 1999.
La comparación de la experiencia española con la sufrida por otros paises de nuestro entorno en periodos similares puede ayudarnos a situar la excepcionalidad de lo que nos ocurrió, o bien sugerirnos que tampoco fuimos tan distintos. Si fuese así – como algunos historiadores hoy están sugiriendo – la gran lección del lento avance español durante 150 años obviamente seria que el crecimiento no puede tomarse como un dato. Ni siquiera como la situación “normal”.
Si nuestra experiencia hubiera sido más singular – otros crecieron, nosotros no – la lección que nos estaría legando la Historia sería que no todos los acuerdos y no todas las instituciones con las que se trata de salir de las crisis conducen a mejoras sostenidas del bienestar. Hay “acontecimientos” que nos llevan a construir instituciones y reglas que permiten mejoras permanentes de la productividad y del crecimiento a largo plazo. Y hay acuerdos que solo son remedios muy temporales.
El contenido de los “buenos” acuerdos puede ser muy diverso, pero parece que todo lo que nos ha integrado en la economía global ha tendido a ser bueno, y que lo que nos ha aislado ha tendido a debilitarnos en el medio plazo. La forma en la que se generan los consensos que permiten el cambio de reglas e instituciones es también relevante: mas democracia y transparencia parece la alternativa preferible.
Y esto nos lleva a la tercera pregunta. ¿Se puede conseguir que las reformas nos devuelvan la prosperidad perdida en un plazo de tiempo prudencial?
La respuesta la podemos encontrar en el segundo grafico, en el que se representa la extrapolación de la renta per cápita española de 2008 en distintos escenarios.
La referencia – escenario A – es el nivel de renta que hubiéramos alcanzado si no hubiéramos tenido crisis y hubiéramos seguido creciendo al promedio de largo plazo de la economía. En el escenario B sufrimos la crisis y no hacemos nada, por lo que asumimos que el crecimiento de la productividad se cae un punto por debajo del promedio de largo plazo. En el escenario C, hacemos reformas parciales y mejoramos medio punto el promedio histórico, y en el cuarto -escenario D – hacemos un programa de reformas amplio, consistente y creíble y en consecuencia crecemos un punto más que el promedio histórico.
La primera observación a hacer es que, sin comenzáramos a crecer en 2013-2014, en todos los escenarios recuperamos alrededor de 2018 la renta per cápita que teníamos en 2008. Es decir, lo de la Década Perdida no es pesimismo descabellado, sino simplemente la descripción de un escenario que puede incluso ser optimista.
Pero mirémoslo de otra forma: ¿cuando llegaríamos a la renta a la que tendencialmente convergíamos antes de la crisis? La respuesta es muy clara: depende de lo que hagamos.
Si no hacemos nada – o lo que hacemos esta mal hecho – simplemente nunca. Nuestras próximas décadas pueden parecerse más al periodo 1850-1960 de nuestra historia que las décadas siguientes.
Si hacemos lo que hicimos tras la Estabilización y la entrada en la Unión Europea – o mejor, si lo que hacemos tiene esos efectos sobre la productividad de medio plazo – la generación de los anos 40s de este siglo XXI – presumiblemente los que van a nacer en 5 anos – se encontraran en condiciones similares a las que tuvo nuestra generación.
En el intermedio, habrá una generación perdida o por lo menos materialmente mas pobre que la nuestra. La que provoco la crisis y la empezó a sufrir.
Solo si nos ponemos de forma inmediata, en serio y con voluntad de consensuar cambios en los incentivos, reglas e instituciones de nuestra economía y nuestro sistema político, y solo si tenemos la suerte de identificar y aplicar las reformas que pueden permitirnos generar incrementos de productividad medio punto superiores a los que hemos logrado recientemente, podremos salvar a esa Generación de la que todo el mundo al parecer se compadece.
Y aun así, tenemos una década y media por delante de trabajo y paciencia para – con suerte – lograrlo. Las extrapolaciones son solo eso, números que el papel aguanta. Las reformas pueden ser muy diversas. Como ocurrió en la Transición, qué se reforma, cómo y para qué tienen que responder más a los consensos y al debate más que al dogmatismo. Esta crisis se ha llevado por delante muchas certezas, muchos liderazgos y muchas recetas infalibles, y lo seguirá haciendo porque el mundo se ha hecho tan complejo e impredecible que ya nadie tiene el monopolio de la verdad absoluta. Por eso construir consensos es la primera tarea a la que hay que ponerse. Y sin tardanza. Porque tiempo y esperanzas son las dos cosas que hoy nos faltan.

Por José Juan Ruiz Gómez

Nació en Tarancón (Cuenca) el 30 de Julio de 1957. Ha desempeñado una larga trayectoria tanto en organismos públicos como privados desde 1983. Ha trabajado en el Ministerio de Economía, Hacienda y Comercio, también fue Presidente del Comité de política económica de la Unión Europea y responsable de las relaciones de España con la OCDE, el FMI y el Banco Mundial (1989-1993). A partir de 1996 comienza a trabajar para Argentaria y después para Banco Santander. Además ha colaborado y colabora con Expansión y Diarío El País como columnista. Desde Mayo de 2012 ocupa el cargo de Gerente General del Departamento de Investigaciones y Chief Economist del Banco Interamericano de Desarrollo en Washington DC.

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