Cómo criar a un hijo ganador

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Cómo criar a un hijo ganador

06/07/2013 | Simon Kuper – Financial Times Español

Cuando Kate Middleton tenga en sus brazos por primera vez a su recién nacido, pensará lo mismo que la mayoría de los nuevos padres: “Este niño tiene un potencial ilimitado. Podrá ser lo que quiera”.

Pero esta idea engaña. De hecho, el destino de una persona está definido en gran medida mucho antes de su nacimiento. Si la madre no se alimentó bien durante el embarazo, o bebió alcohol o fumó en exceso, el niño probablemente no llegue a ocupar la suite ejecutiva. Todavía más se decide antes de que alcance los tres años de edad. Es en ese entonces, cuando el promedio de niños estadounidenses con padres con educación universitaria conoce alrededor de 1.200 palabras, de acuerdo al Centro de Desarrollo Infantil Harvard. El promedio de niños con padres que viven de la asistencia social conoce sólo 400. En el transcurso de la vida esta diferencia raramente se cierra. La vida no es justa desde el inicio.

Afortunadamente sí se puede hacer algo al respecto. Expertos de todo el mundo están entusiasmados con lo que se llama el “desarrollo infantil temprano”. Esta emocionante nueva idea atrae tanto a la derecha como a la izquierda. Es un conjunto de políticas que pueden dar a un niño campesino paquistaní un inicio un poco peor en la vida que la del futuro monarca británico. (Mea culpa: Yo estoy tan entusiasmado con el desarrollo infantil temprano que he ayudado en su promoción como miembro del sub-comité de las Fundaciones George Soros para las Sociedades Abiertas).

Muchas de estas políticas están enfocadas en la educación de los padres. La primera influencia en la vida de un niño son los padres – fue la conclusión de un mega estudio realizado en 2006 por el Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano de los Estados Unidos. La educación paternal probablemente supere a los genes, el dinero y la escuela – y puede ser lo que más influya antes de que el niño cumpla tres años.

Las clases medias perciben esto. Es por ello que tratan al embarazo y a la educación infantil como proyectos de investigación independientes. Leen libros sobre educación infantil, practican yoga durante el embarazo y discuten en foros web sobre si comer sushi hace daño al feto. Los padres de clase media como yo puede que se sientan exhaustos, ya pasada la hora de ir a la cama, leyendo por tercera vez la historia acerca del conejo que no quería ir a dormir, porque estamos tratando de formar el cerebro de nuestros niños.

Algunos padres pobres hacen esto. Conocí a una sirvienta negra en la entonces Sudáfrica del apartheid que educó a sus nietos prácticamente sola, a cinco horas de distancia de la casa donde trabajaba, y los hacía leer libros. Varios de esos niños se graduaron en la universidad. Pero poca gente pobre estudia métodos de educación infantil de manera obsesiva como lo hace la clase media. De cualquier manera, usualmente carecen de tiempo y recursos. Criar niños, aún para familias de clase media con dos padres, es muy cansado. Si yo fuera padre soltero y pobre con hijos pequeños que me despertaran a las 5 am, me pegaría a la TV durante horas.

Los que apoyan la educación temprana quieren ayudar a padres como estos. Casi todos los padres quieren lo mejor para sus hijos: en una encuesta realizada por el Instituto de Educación de la Universidad
de Londres,
el 97 por ciento de las madres británicas con niños nacidos entre el 2000 y el 2002 dijeron que quieren que sus hijos vayan a la universidad. Pero muchas no tienen idea de cómo lograrlo.

Hay unas pocas cosas que se les pueden decir a los nuevos padres: háblenle mucho a sus hijos. Léanles, cántenles, siéntense en el suelo cuando jueguen con ellos, aliméntenlos sanamente. No les golpeen, porque la violencia forma el cerebro de los niños pequeños. No todos los padres saben estas cosas, es por ello que hay algunos niños británicos que al empezar la escuela son incapaces de decir “gato”. Este consejo puede hacerse llegar a través de los servicios de salud, que de cualquier manera ya atienden a las nuevas madres.

Y la sociedad puede intervenir aún más: por ejemplo, asegurando que la madre y su bebé se alimenten apropiadamente. Eso desarrollará el cerebro del pequeño, permitiéndole aprender en la escuela, como argumenta Bill Gates. La sociedad también puede enviar a los niños a la educación pre-escolar – no para estudiar sino para aprender habilidades vitales como concentrarse y convivir con otros. James Heckman, ganador del premio Nobel de economía, dice que esas habilidades se transforman en casi todo, desde mayores ingresos hasta evitar la cárcel.

La mayoría de las sociedades todavía deja de lado los tres primeros años. “El Estado de California inspecciona los cementerios más frecuentemente que a las guarderías infantiles”, de acuerdo a La crianza de América, la serie documental Californiana, próxima a aparecer, acerca de la infancia temprana.

La inversión en la niñez temprana está aumentando. Los que la apoyan, como Heckman, alegan que el gasto en estos años da el mejor resultado. Formar a un bebé es más fácil que reformar a un delincuente juvenil o a un adulto desempleado. La educación pre-escolar, de acuerdo con esta lógica, da mejores resultados que la ayuda a los parados, la prisión o la universidad. Recientes investigaciones neurocientíficas – que sugieren que el cerebro es más maleable antes de cumplir tres años – sustentan este argumento. La neurociencia a menudo persuade a la gente que hace a un lado a la sociología por considerarla un disparate izquierdista. De ahí su atractivo, tanto para la izquierda (que odia la desigualdad) como para la derecha (que odia haya adultos improductivos). Desde China hasta Brasil hay países que ya están extendiendo la educación pre-escolar.

Barack Obama, en su Discurso sobre el Estado de la Unión, hizo un llamamiento por la escolarización universal a nivel pre-escolar, diciendo: “En los estados que hacen de educar a sus niños más pequeños una prioridad… hay estudios que muestran que esos estudiantes al crecer es más factible que… terminen la educación media superior, conserven un empleo, lleguen a formar familias más estables. Sabemos que esto funciona”. Y Hillary Clinton, la favorita para suceder a Obama, acaba de lanzar la iniciativa llamada “Demasiado pequeño para fallar”. En una época con agendas políticas sencillas, este tema no desparecerá.

How to raise a winning child

07/06/2013 | Simon Kuper – Financial Times English

When Kate Middleton first holds her newborn baby, she may well feel what most new parents feel: “This child has unlimited potential. It can be anything it wants.”

But the feeling deceives. In fact, a person’s fate is already largely decided before birth. If the mother ate badly during pregnancy, or drank or smoked a lot, the kid probably won’t make the executive suite. More still is decided before the age of three. By then, the average American child of college-educated parents knows about 1,200 words, according to Harvard’s Center on the Developing Child. The average child of parents on welfare knows 400. The gap rarely closes after that. Life is unfair from the start.

Happily, though, something can be done. Wonks worldwide are getting excited about something called “early childhood development”. It’s a rare thrilling new idea that appeals to both right and left. It’s a set of policies that can give a Pakistani peasant baby an only somewhat worse start in life than Britain’s future monarch. (Declaration of interest: I’ve become so enthused about early childhood development that I’ve helped promote it as a sub-board member of George Soros’s Open Society Foundations.)

Many of these policies are aimed at teaching parents. The primary influence on a child’s life is parenting – as the US’s National Institute of Child Health and Human Development concluded in a mega-study in 2006. Parenting probably outweighs genes, money and school – and it may matter most before the child turns three.

The middle classes sense this. That’s why they treat pregnancy and child-rearing as independent research projects. They read parenting books, do pregnancy yoga, and quarrel on chat sites about whether eating sushi harms the fetus. Middle-class parents like me can be found, exhausted, at half-past bedtime, reading the evening’s third story about some godforsaken rabbit who won’t go to sleep, because we’re trying to shape our children’s brains.

Some poor parents do this. I knew a black maid in apartheid-era South Africa who raised her grandchildren almost single-handed, five hours from her employers’ house, and got them reading books. Several graduated from university. But few poor people study parenting in the obsessive middle-class way. Anyway, they usually lack time and resources. Raising children even in a two-parent middle-class family is exhausting. If I were a poor single parent of toddlers who woke me at 5am, I’d stick the TV on for hours.

Early-childhood advocates aim to help parents like these. Almost all parents want the best for their kids: in a survey by London University’s Institute of Education, 97 per cent of British mothers of children born from 2000 to 2002 said they wanted their child to go to university. Yet many have no idea how to do it.

There are a few simple things new parents could be told: speak to your children a lot. Read to them, sing to them, sit on the floor when you play with them, feed them healthy stuff. Don’t smack them, because violence shapes the young child’s brain. Not all parents know these things, which is why some British kids start school unable to say “cat”. This advice could be delivered through health services, which typically deal with new mothers anyway.

And society can make bigger interventions: for instance, ensuring that mother and baby eat properly. That will develop the child’s brain, allowing him to learn at school, as Bill Gates argues. Society can also send kids to pre-school – not to study flashcards but to learn life skills such as concentration and dealing with others. Nobel-winning economist James Heckman says such skills translate into everything from larger incomes to avoiding jail.

Most societies still neglect the first three years. “California inspects cemeteries more often than childcare facilities,” according to The Raising of America, California Newsreel’s forthcoming documentary series about early childhood.

Yet investment in early childhood is rising. Advocates such as Heckman argue that spending on these years has the best return. Shaping a baby is easier than saving a delinquent teenager or unemployed adult. Pre-schools, according to this logic, pay off more than welfare, prison or even university. Recent neuroscience – suggesting that the brain is most malleable before the age of three – backs this up. The neuroscience often persuades people who dismiss sociology as leftist claptrap. Hence the appeal to both the left (which hates inequality) and to the right (which hates unproductive adults). Now countries from China to Brazil are expanding preschool.

Barack Obama, in his State of the Union address, called for universal pre-school, saying:In states that make it a priority to educate our youngest children… studies show students grow up more likely to… graduate high school, hold a job, form more stable families of their own. We know this works.” And Hillary Clinton, favourite to succeed Obama, just launched an initiative called “Too Small to Fail”. In an age of mostly bare policy agendas, this topic isn’t going to go away.

Copyright &copy «The Financial Times Limited«.
«FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited».
Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times».
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