El “Big Bang” en la City de Londres y el legado del “Thatcherismo”

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El “Big Bang” en la City de Londres y el legado del “Thatcherismo”

19/04/2013 | FxM – Evan Brock Gray

Desregularización, apertura, cultura meritocrática, modernización, interconexión y endeudamiento – estos son los conceptos claves para entender el “Big Bang” en los mercados financieros del Reino Unido en el año 1986 durante el mandato de (la recién fallecida) Margaret Thatcher.

La Primer Ministro creía firmemente en la liberalización del mercado y en los beneficios netos a largo plazo del capitalismo puro. Al volver al panorama económico del Reino Unido de los años 70 se encuentra: el fin de una época industrial; unos líderes de sindicatos que, con su negociación feroz en los convenios colectivos, tenía todo el mercado bajo sus garras; huelga laboral tras huelga laboral (de los trabajadores de correos, de los mineros y, sobre todo, en el invierno del descontento con huelgas en muchos sectores); y un sector financiero condenado a las costumbres ineficientes de la “vieja escuela”. El partido conservador de Margaret Thatcher llegó al poder en 1979 convencido de que había que aprovechar la oportunidad para sacudir el estilo de la vieja escuela para que el Reino Unido pudiera volverse más competitivo en el nuevo entorno empresarial globalizado.

Preparar y poner en marcha el “Big Bang”, nombre que se ha puesto a la explosión de actividad financiera en el distrito financiero de Londres, no fue fácil. Después de casi siete años de insistencia de Thatcher, se introdujeron nuevas reglas para la Bolsa de Londres el día 26 de octubre de 1986. La novedad más importante fue quitar la prohibición de la unificación de los bancos de inversión y los bancos minoristas. Así nacieron los primeros bancos globales. Con esta desregularización, los bancos podían consolidar sus negocios (y sus balances) y ofrecer una gama más completa de productos financieros a sus clientes, mejorando así su eficiencia. Como consecuencia, el mercado financiero de la “City” se volvió muy atractivo para las grandes entidades financieras, principalmente las de EE. UU., que no podían aplicar esta práctica en su mercado doméstico y entraron en el mercado con fuerza. Las grandes empresas compraron o se afiliaron rápidamente con sus homólogas británicas de menor tamaño para aprovechar la oportunidad a casi cualquier precio, porque el beneficio esperado valdría la pena. Con el fuerte incremento de capital aportado por los nuevos jugadores en el mercado inglés, Londres otra vez era un centro financiero ultra competitivo a nivel mundial.

Por otra parte, se levantó la restricción sobre quién podía comprar y vender las acciones en bolsa al eliminar la distinción entre los “stockbrokers” (los que sólo estaban autorizados ofrecer las acciones para su venta) y los “stockjobbers”, los intermediarios que compraban las acciones de los brokers para venderlas al comprador final, actuando así como los creadores del mercado. Además, ya no había un límite fijo en la comisión cobrada por cada transacción efectuada por estos profesionales. Entró un periodo (todavía vigente en parte), de una cultura de “meritocracia”, la cual quiere decir que se pagaba una interesante remuneración extra por buen rendimiento. Esta cultura del “bonus” llegó a Londres desde los EE. UU. junto con la idea de que lo que más importaba era el negocio basado en el tamaño de la transacción en vez de los objetivos a largo plazo de la propia empresa y del cliente.

La tecnología introducida fue otra novedad del “Big Bang” que tuvo un impacto profundo en todo el sector de la “City”. La informatización, o el uso de ordenadores, para dirigir las transacciones en la bolsa fue un paso necesario, incluso en 1986, porque los “traders” de Londres no podían competir con los de Wall Street o Tokio. El aspecto del parqué en la bolsa cambió inmediatamente: muchos de los agentes que pegaban gritos (open outcry, en inglés) y levantaban los papeles de órdenes de compra/venta desaparecieron y acabaron situándose en habitaciones especializadas ubicadas por todo Londres en una mesa con su teléfono, ordenador y equipo de compañeros a lado. En un artículo de The Los Angeles Times del día después del “Big Bang”, el autor resumió el cambio tecnológico con el siguiente comentario: “El comienzo de llevar a cabo las transacciones fuera del parqué y de manera informatizada es algo que los entusiastas opinan que dejaría el parqué de la bolsa obsoleto, y los escépticos, por su parte, temen que causará fallos técnicos y caos.” La primera predicción se ha cumplido con cada vez menos actividad humana en el parqué de la bolsa y, por otra parte, el temor sobre los fallos de la te
cnología y las consecuencias se han notado varias veces desde entonces (la OPV de Facebook, el “Flash Crash” en 2010 del Nasdaq o la caída errónea de Knight Capital en 2012, entre otros). No sólo fue la tecnología la que se modernizó sino, según los propios profesionales, el estilo de trabajo cambió por completo también. Entró de repente una época ferozmente competitiva y seria; acabándose con el corto horario establecido de las 10:00 hasta las 16:00, el almuerzo de dos horas con pintas de cerveza en el pub entre amigos y las largas tertulias en el club social con puros y sherry.

Durante los más de 25 años posteriores al “Big Bang”, la industria financiera se desarrolló a una velocidad exponencial gracias, en gran parte, a la liberalización. La desregularización sobre la función única de las entidades financieras, primero en Londres y más tarde en los EE. UU. (con la derogación del Glass-Steagall Act en 1997), hizo posible la fusión de varias unidades de negocios que, a la vez, vendían nuevos productos financieros altamente complejos e interconectados entre varias entidades de origen distinto. Estos productos, entre ellos los llamados derivados, crearon una telaraña de mercados internacionales, bancos nacionales, clientes y deudores. Y como cualquier telaraña, cuando alguien tira del hilo equivocado, toda la estructura se derrumba. Esta interconectividad – entre las grandes empresas financieras que estuvieron fuertemente apalancadas con deuda ajena, que vendían productos arriesgados y que supuestamente jugaron un papel tan importante en la sociedad económica que no se les podía dejar caer – ha sido una de las causas principales de la crisis financiera del 2007-08 y los subsecuentes rescates bancarios.

En la búsqueda de respuestas sobre qué causó la presente crisis financiera, es fundamental mirar hacia atrás y ver los acontecimientos políticos económicos que todavía ejercen una influencia hoy en día. La desregularización y la modernización de los mercados bursátiles en Londres se hicieron con buenas intenciones, pero había una falta de control eficaz sobre las actividades del conjunto de las instituciones financieras, incluso con la creación de la Financial Services Authority en 2001. Diez años después, lo admitió Gordon Brown en la conferencia anual en Bretton Woods cuando dijo que ni él ni los reguladores entendieron que el riesgo verdadero para la economía no yacía en una sola institución sino en el riesgo compartido por todo el sistema financiero entre sus instituciones.

La renovación drástica del sector financiero en Londres es uno de tantos legados de Margaret Thatcher y del partido conservador que marcaron profundamente al mercado financiero británico y global. Hoy en día se notan claramente los efectos negativos de la desregularización y la falta de supervisión vigorosa por lo que está pasando la economía mundial. Un buen consejo para Thatcher (si se lo pudiera dar) y para los que tomarán las riendas de la economía en el futuro: ten cuidado con lo que deseas, podrías conseguirlo.

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