El libre comercio trasatlántico promete un premio mayor

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El libre comercio trasatlántico promete un premio mayor

15/02/2013 | Phillip Stephens – Financial Times Español

En la ya lejana época en que el partido Conservador era decididamente pro-europeo, Margaret Thatcher solía decir que el compromiso del Reino Unido con sus vecinos era sobre todo político. El propósito del mercado común iba más allá de las ganancias económicas que atraían a los miembros. El Reino Unido había perdido relevancia en el mundo. Europa era la plataforma desde la cual podría apalancar su influencia.

El paralelismo es necesariamente inexacto, pero algo parecido puede decirse acerca los planes para una zona de libre comercio entre los EE. UU. y la UE. La “Alianza Trasatlántica de Comercio e Inversión” (que así será llamada) dará sin duda el empujón que necesita la inversión, el crecimiento y los niveles de vida. Pero las expectativas son más altas.

Los países avanzados están perdiendo terreno ante los estados emergentes. El flujo de poder hacia el este y el sur pone un signo de interrogación sobre la importancia del “oeste”. Como el lugar del Reino Unido en Europa, el tema principal para el tratado de libre comercio trasatlántico es geopolítico. La economía es un medio para un fin. La recompensa está en el avance del orden político liberal que últimamente parece estar en retroceso.

Barack Obama nunca ha estado seducido por Europa. Las zonas del mundo que han reclamado su atención han sido el amplio Medio Oriente y el este de Asia. La estrategia de Washington – así llamada – ha sido llevar los recursos de la primera (al terminar sus guerras en Iraq y Afganistán) para emplearlos en la última. El enfoque de los EE. UU. hacia China es, a la vez, hacer aliado a Beijing y “apostar en su contra” al reforzarse en el Pacífico. Si Europa ha llamado la atención del presidente, ha sido principalmente porque la crisis de la eurozona amenazaba con descarrilar la recuperación global y la de los EE. UU.

Como es natural, Europa ya no es el centro geopolítico del interés de los EE. UU. Liderada por Vladimir Putin, Rusia tiene la determinación de ser un problema en declive. Faltándole capacidad para actuar, al Sr. Putin le queda sólo molestar. Pero los oxidados tanques soviéticos son poca amenaza. El líder ruso es alguien a quien se le debe ver más como un humorista que como una amenaza.

Dicho esto, los reportes sobre el declive de la relación trasatlántica están superados. Si las debilidades de la OTAN quedaron expuestas por su derrota a manos de los talibanes en Afganistán, todavía es la alianza militar más poderosa del mundo. Juntos, los EE. UU. y la UE, aportan cerca de la mitad de la producción mundial y el 30 % del comercio mundial. La cantidad de inversión compartida suma más de 3,5 billones de dólares. Estas son las cifras que hablan de una interconexión e interdependencia sin paralelo.

Si los números bilaterales importan tanto, entonces, de igual manera, también cuenta el interés mutuo en preservar un orden internacional abierto y basado en reglas que sea el garante de la seguridad del oeste. Los valores, intereses y el peso militar de los EE. UU. y Europa están imperfectamente alineados. Pero en todo, desde la proliferación nuclear y el terrorismo hasta la piratería en el océano Índico y la ciberguerra, están mucho más cerca uno del otro que cualquiera.

Si el poder en el mundo moderno suele ser medido a través de fríos datos económicos, la seguridad constante reside en la amplia aceptación de las normas y valores internacionales así como en la fuerza militar directa. Cuando Washington quiere obtener algo en las Naciones Unidas mira primero y sobre todo a sus aliados europeos; cuando Francia necesita ayuda en Mali, son los Estados Unidos el aliado que más importa.

Lo que los europeos y estadounidenses necesitan es un proyecto para recordarles la importancia de su relación y de su capacidad compartida para definir los acontecimientos – algo que remplazaría la cohesión perdida al final de la guerra fría, a la vez que persuade a los electorados de que sus políticos están realmente haciendo algo para sacar a las economías de la recesión.

Las probables ganancias económicas fueron señaladas en el informe conjunto emitido esta semana por la Casa Blanca y la Comisión Europea. Un tratado para abolir tarifas, eliminar barreras regulatorias y crear un mercado integrado puede añadir un 0,5 por ciento anual al ingreso nacional a cada lado del Atlántico. También establecería a EE. UU. y la UE como el estándar principal con el que tendría que medirse el resto del mundo. El objetivo no debería ser excluir; debería ser demostrar que el poder económico del oeste se puede convertir en reglas globales.

Librarse de las tarifas será la parte fácil, pero no debemos subestimar la obstinación ludita de los grupos de presión de los agricultores. Profundizar en los mundos de estándares de competitividad y preferencias culturales, comercio intra-empresarial, regímenes fiscales competitivos o derechos de propiedad intelectual y definir un área de libre comercio se vuelve casi un ejercicio metafísico. Los europeos pueden hablar por su experiencia propia con la UE, la armonización tiene una tendencia a colisionar con susceptibilidades nacionales acerca de la soberanía.

La respuesta es ser ambicioso, pero no demasiado – para evitar que lo mejor sea enemigo de lo bueno. Si los dos lados salieran empatados en lo que teóricamente es posible, ya sería un avance sustancial. El otro riesgo es que la guía de las negociaciones caiga en manos de los tecnócratas. Expertos en, por decir algo, higiene alimentaria o cuidado público siempre pueden encontrar razones para disentir. Las conversaciones solo tendrán éxito si los políticos toman las riendas.

Por su parte, estos políticos deben tener en cuenta lo que está en juego durante sus debates. El sistema internacional que está surgiendo es, a la vez, más multipolar y menos multilateral. El orden global ya no pertenece al oeste – y no, dirán muchos, debería serlo. Lo que importa es que el sistema continúe basado en valores universales básicos – el imperio de la ley, la seguridad colectiva, el respeto por la dignidad humana y unos gobiernos que rindan cuentas, entre otros. Ese es el verdadero premio.

 

Transatlantic free trade promises a bigger prize

15/02/2013 | Phillip Stephens – Financial Times English

In the long-distant days when the Conservative party was resolutely pro-European, Margaret Thatcher used to observe that the case for close engagement with Britain’s neighbours was above all political. The purpose of the common market reached beyond the economic gains that accrued to members. Britain’s role in the world had diminished. Europe was the platform from which it could leverage its influence.

The parallel is necessarily inexact, but something similar can be said about plans for a US-EU free trade area. A Transatlantic Trade and Investment Partnership (that’s what it is to be called) would doubtless provide a much-needed boost to investment, growth and living standards. But the stakes are higher.

The advanced nations are losing groun
d to the rising states.
The flow of power to the east and south puts a question-mark over the relevance of “the west”. As with Britain’s place in Europe, the paramount case for a transatlantic trade deal is geopolitical. The economics are a means to an end. The reward is the advance of the liberal political order that has lately seemed in retreat.

Barack Obama has never been beguiled by Europe. The parts of the world that have demanded his attention have been the wider Middle East and east Asia. Washington’s strategy – the so-called pivot – has been to draw down resources from the former by ending the wars in Iraq and Afghanistan in order to divert them to the latter. The American approach to China is at once to engage Beijing and to “hedge” against it by reinforcing in the Pacific. In so far as Europe has grabbed the president’s attention, it has been largely because the eurozone crisis threatened to derail global and US economic recovery.

Quite naturally, Europe is no longer the centre of US geopolitical interest. Under Vladimir Putin’s leadership, Russia is determined to be troublesome in decline. Lacking the capacity to act, Mr Putin’s approach is to disrupt. But Moscow’s rusted tanks are scarcely a threat. The Russian leader is someone to be humoured rather than feared.

That said, reports of the demise of the transatlantic relationship have been overdone. If Nato’s frailties have been exposed by defeat at the hands of the Taliban in Afghanistan, it remains the world’s most powerful military alliance. Together, the US and EU still account for almost half of global output and 30 per cent of world trade. The stock of shared investment adds up to more than $3.5tn. These sort of figures speak to an unparalleled interconnectedness – and interdependence.

If the bilateral numbers matter so, just as much, does the shared interest in preserving an open, rules-based international order as the best guarantor of the west’s security. The values, interests and military weight of the US and Europe are imperfectly aligned. But on everything from nuclear proliferation and international terrorism to Indian Ocean piracy and cyberwarfare, they are much closer to each other than to almo
st anyone else.

If power in the modern world is often measured in dry economic statistics, enduring security resides in broad acceptance of international norms and values as well as in brute military force. When Washington wants something done at the UN it turns first and foremost to its European allies; when France needs help in Mali, the US is the ally that matters most.

What Europeans and Americans need is a project to remind them of the importance of this relationship and of their shared capacity to shape events – something to replace the glue that was lost at the end of the cold war, as well as to persuade electorates that their politicians are actually doing something to pull economies out of recession.

The potential economic gains were set out in the joint report issued this week by the White House and the European Commission. A deal to abolish tariffs, remove regulatory barriers and create an integrated marketplace could add about 0.5 per cent annually to national income on either side of the Atlantic. It would also establish the US and EU as the pre-eminent standard-setter for the rest of the world. The objective should not be to exclude; it should be to demonstrate that the west’s economic clout can be translated into global rules.

Getting rid of tariffs will be the easy bit, though one should never underestimate the Luddite obstinacy of farm lobbies. Delve deeper into the worlds of competing standards and cultural preferences, intra-company trade, competitive tax regimes or intellectual property rights and defining a free trade area becomes almost a metaphysical exercise. As Europeans can attest from their own experience in the EU, harmonisation also has a tendency to collide with national susceptibilities about sovereignty.

The answer is to be ambitious, but not too ambitious – to avoid the best becoming the enemy of the good. If the two sides were to get even 50 per cent of what is theoretically possible it would mark a seminal advance. The other risk is that ownership of the negotiations falls into the hands of the technocrats. Experts in, say, food hygiene or public procurement can always find reasons to disagree. The talks will succeed only if the politicians crack the whip.

For their part, these politicians must keep in mind what is at stake in the arcane debates. The emerging international system is at once more multipolar and less multilateral. The global order no longer belongs to the west – and nor, many would say, should it. What matters, though, is
that the system remains rooted in some basic universal values – the rule of law, collective security, respect for human dignity and accountable government among them.
That’s the real prize.

Copyright &copy «The Financial Times Limited«.
«FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited».
Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times».
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