Finn E. Kydland y Edward C. Prescott

Finn E. Kydland y Edward C. Prescott
Premio Nobel de Economía del año 2004.

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¿Por qué un Nobel compartido?

Finn E. Kydland y Edward C. Prescott recibieron el Premio Nobel de Economía del año 2004. Normalmente se comparte el Nobel cuando se realizan aportaciones individuales diferentes dentro de un mismo campo de investigación. En otros casos menos habituales los premiados conjuntamente lo son por haber elaborado una obra inseparable. Esto es lo que ocurre con los Nobel Kydland y Prescott, quienes han sido galardonados por dos artículos fundamentales: uno de 1977 (“Rules Rather than Discretion: The inconsistency of Optimal Plans”, publicado en el Journal of Political Economy) y otro de 1982 (“Time to Build and Agregate Fluctuations”, publicado en Econométrica). Por ello, no es posible diferenciar la aportación de ambos premiados.

Biografía Kydland

Finn Kydland nace el 1 de diciembre de 1943 en una zona rural de Noruega, en el seno de una familia de granjeros. Dentro de dicho entorno, su padre opta por algo novedoso y se dedica al transporte, tanto regular (de leche) como discrecional. A los 15 años, Finn Kydland inicia su bachillerato. Como señala en su “Autobiografía”, “La enseñanza era excepcional… al final del bachillerato sabía más matemáticas que el licenciado normal de las carreras de economía y empresa de los Estados Unidos”. En ese momento contaba con el nivel requerido para ingresar en casi todas los estudios que se ofrecían en la Universidad en Noruega, pero no tenía muy clara su vocación y de ahí que se tomara un tiempo para decidirse. Mientras tanto, se gana la vida trabajando como maestro y, discrecional que es el autobús de la vida, coincide en la escuela con Harald Aarrestad, un emprendedor maestro que tenía, además, dos pequeñas empresas. Dado que su contable metía continuamente la pata, Aarrestad le hace una propuesta a Kydland que terminaría siendo decisiva: haz un curso de contabilidad por correspondencia y dedica tu tiempo libre a poner orden en mis cuentas. Kydland aceptó la propuesta y de esa manera se adentró por el mundo de los negocios, mundo que antes de dicha experiencia no estaba entre los que estaba considerando para sus estudios. Así fue como tomó la decisión de estudiar Administración de Empresas en la Escuela Noruega de Economía y Administración de Empresas (NHH).

Durante sus estudios en la NHH tomó «dos decisiones sabias». La primera fue centrarse en la rama de matemáticas. Ello le obligó a cursar cuatro asignaturas cuatrimestrales de dicho campo en una carrera que era de tres cursos (redondeó, además, dicha formación obligatoria con otras dos asignaturas de matemáticas). La segunda decisión sabia fue optar, dentro de las asignaturas avanzadas, por la ofrecida por Sten Thore, basada en el libro de Ronald A. Howard Dynamic Programming and Markov Processes. La conexión con el profesor Sten Thore fue fundamental, ya que “cambió radicalmente la senda que iba a tomar para el resto de mi vida”. Y es que, discrecional que es el autobús de la vida, aquel estudiante que iba para administrador de empresas terminó convirtiéndose en economista académico gracias a la oferta que le hizo el profesor Thore para que fuera su ayudante. Empieza de esa manera Kydland su carrera académica, que se continua posteriormente en Estados Unidos, en la Universidad Carnegie-Mellon, donde pasa un año junto con el profesor Thore y, posteriormente, realiza el doctorado. En dicha Universidad, concretamente en la GSIA (Graduate School of Industrial Administration) se encuentra con Herb Simon (Premio Nobel en 1978) y asiste a las clases de Bob Lucas (Premio Nobel en 1995) y, en agosto de 1971, conoce a un profesor recién llegado (Ed Prescott) con el que terminaría colaborando y compartiendo el Premio del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel (el denominado Nobel de Economía).

Reglas en vez de discrecionalidad

El punto de partida del primero de los dos artículos que les llevaron al Nobel (Rules Rhather than Discretion: The Inconsistency of Optimal Plans, 1977) es la teoría del control óptimo, una técnica poderosa y muy útil a la hora de analizar los sistemas dinámicos, ya que sirve para tomar la mejor decisión en cada momento del tiempo, dada la situación presente y bajo el supuesto de que las decisiones se seleccionarán de una forma similar en el futuro. De ahí que diversos autores se hayan planteado su aplicación a los asuntos económicos y de ahí que el objetivo inicial de Kydland y Prescott en la investigación que dio lugar a este artículo fuera el de demostrar la aplicabilidad de los métodos de control óptimo en un mundo de expectativas racionales. El objetivo estaba, pues, claro, pero, discrecional que es el autobús de la ciencia, el resultado fue que llegaron a todo lo contrario: a que la teoría del control óptimo “no es la herramienta apropiada para la planificación económica”. La razón es que “la teoría del control óptimo es una herramienta de planificación adecuada en aquellas situaciones en las que los resultados presentes y los movimientos del estado del sistema dependen solamente de las decisiones de las políticas presentes y pasadas y del estado presente”. Dicho de otra manera, la teoría del control óptimo sólo funciona bien cuando todo depende del presente y del pasado y, consecuentemente, no funciona bien cuando algo actual depende del futuro. Y esto es justamente lo que pasa en la economía en un mundo de expectativas racionales, en el que “las decisiones actuales de los agentes económicos dependen en parte de sus expectativas respecto a las acciones de política futuras”. Esto es, las decisiones que toma hoy la gente dependen en parte de las políticas que espera que haya en el futuro. En este contexto, ¿qué pasa cuando aplicamos la teoría del control óptimo a problemas económicos? La respuesta es que, si se acepta el supuesto de expectativas racionales, podemos acertar de casualidad: cuando se dé la casualidad de que las expectativas respecto al futuro sean invariantes respecto al plan de política futura elegido. En todos los demás casos la teoría no es aplicable y, consecuentemente, debemos optar por otras fórmulas. De ahí que la política discrecional asociada a la teoría del control óptimo (en definitiva, elegir en cada momento la mejor acción dada la situación existente en dicho momento) no lleve a la maximización de la función social objetivo y, consecuentemente, no sea óptima. Por ello, Kydland y Prescott plantean que en vez de la política discrecional lo que procede es basarse en algunas reglas de política. En síntesis, “reglas en vez de discrecionalidad”. Esto suena a Friedman, quien ya había planteado en 1948 dicha posición, pero no es lo mismo, ya que Friedman había abogado en favor de las reglas en la política monetaria por motivos relacionados con el desconocimiento que se tiene respecto a la magnitud y el desarrollo temporal de los efectos de dicha política, aspectos estos últimos que no son necesarios para sostener el argumento de Kydland y Prescott.

La aplicación de estas ideas a la gestión de la demanda agregada en un contexto de expectativas racionales es clara: si, en vez de optar por la regla de mantener la estabilidad de precios, las autoridades optan por una política discrecional (en clave de la teoría del control óptimo) se encontrarán con que, “haciendo lo que es mejor, dada la situación presente”, al final habrá un nivel excesivo de inflación, sin que se reduzca el desempleo. Dicho de otra manera, a su juicio, la política discrecional sólo tiene costes y no genera beneficios. Por ello, es necesario comprometerse y el único método para comprometerse es seguir reglas. De ahí que Kydland y Prescott en su artículo Nobel de 1977 aboguen por las reglas en vez de por la discrecionalidad.

Cándido Pañeda, Catedrático de la Universidad de Oviedo

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