Hacia una economía con valores

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Juan Francisco Juliá y Rafael Chaves

La actual crisis no es una crisis económica más. Cuando el país más poderoso del mundo ha visto este verano reducirse el rating de sus bonos del Tesoro de la triple A a la doble A, cuando la crisis de las deudas soberanas no sólo atenaza a economías periféricas del capitalismo desarrollado sino que amenaza a economías europeas centrales pero débiles con alto riesgo de efectos-dominó, cuando variaciones en precios de ciertos productos agrarios en los mercados internacionales y una sucesión de malas cosechas vuelven, como en tiempos pretéritos, a generar duras hambrunas en los países más pobres del planeta, cuando por el estancamiento prolongado de las economías del mundo no se logra reactivar el consumo y con él el comercio internacional, cuando los gobiernos de los países desarrollados aplican políticas económicas para atajar la crisis que no sólo no han demostrado ser eficaces sino que han agravado los desequilibrios y han reducido los niveles de bienestar alcanzados en las pasadas décadas, cuando los gobiernos son incapaces de atajar los estructurales problemas de coevolución entre el sistema económico y el medio natural y de erradicar la pobreza y el hambre, cuando el desempleo y la precariedad laboral vuelven a ser elevados y constantes incluso en la primera potencial mundial, todo ello después de haber vivido uno de los periodos de mayor crecimiento económico de la historia, no estamos ante una crisis más sino ante una crisis estructural de profundo calado, sólo comparable a la Gran Depresión de los años treinta, con la que guarda temibles semejanzas.
Y como aquella crisis, es necesaria no sólo una revisión en profundidad del modelo económico de crecimiento sino paralelamente un cambio en el paradigma dominante del pensamiento económico. La crisis de los años treinta encontró su salida en la masiva intervención pública y en el paradigma de pensamiento keynesiano. La actual crisis también requiere un profundo giro, teórico y práctico. Como postulaba el profesor Stiglitz en la conferencia inaugural del Congreso Internacional de CIRIEC en Sevilla unos días después de la quiebra de Lehman Brothers, el fundamentalismo de mercado, la mainstream del pensamiento económico actual, basado en la superioridad de los mercados autorregulables en los que operan empresas maximizadoras de beneficios con un mínimo espacio para la intervención pública y para las otras formas de empresas, ha demostrado una doble incapacidad en la práctica, por un lado, para resolver los problemas económicos y sociales más importantes de nuestro tiempo, y por otro lado, para salir de la crisis que el propio modelo ha generado. Y es que el origen de la actual crisis va mucho más allá de unos fallos en los mecanismos de regulación y de control público del sistema, más específicamente, del sistema financiero internacional. En el origen se halla sobre todo una profunda crisis de valores cívicos y económicos que han guiado el modelo de crecimiento. En efecto, un exceso de codicia y un escaso respeto a las prácticas de buen gobierno corporativo, por un lado, y por otro, una marcada insensibilidad hacia el medio ambiente y social que nos rodea y a las condiciones de vida y de trabajo de la mayor parte de la Humanidad (recordemos que según el último informe de la FAO, hoy, más de mil millones de personas sufren desnutrición y según el Banco Mundial más de mil cuatrocientos millones de personas viven por debajo del umbral de pobreza) han sido los valores aceptados por las instituciones y los órganos centrales de decisión del modelo de crecimiento imperante en las pasadas décadas. Resulta por ello obligada la reivindicación de una economía más equilibrada y con valores sociales y económicos potenciadores del desarrollo humano y de la sostenibilidad. Debe emerger un nuevo paradigma basado en economías más plurales y equilibradas, donde el sector público y las otras formas de empresas y organizaciones, en especial las cooperativas, las entidades no lucrativas y otras entidades de economía social, adquieran roles significativamente más relevantes.
En este contexto, la Economía Social, un tercer sector de la economía situado entre la economía pública y las empresas privadas tradicionales capitalistas, adquiere un renovado valor teórico y práctico. Se trata de un sector económico que pone énfasis en las personas más que en el capital, en la satisfacción de las necesidades sociales, el interés social y el interés general más que en el lucro, y en el anclaje a los territorios y sus poblaciones más que en la volatilidad geográfica. Un sector que demuestra en la práctica como el interés colectivo y los bienes colectivos pueden ser eficazmente gestionados desde el ámbito privado, como revela Elinor Ostrom, la primera mujer premio nobel de economía, sin caer en la ‘tragedy of the commons’ como argumenta el análisis económico clásico. Todo ello sin caer en tentaciones intervencionistas, no olvidando las fuerzas del libre mercado, ya que no puede ignorarse que en el marco de la actual economía de mercado también se produjo en las últimas décadas, antes del estallido de la actual crisis, la etapa de mayor crecimiento económico, como bien nos recordaban en un artículo en el Financial Times, Becker y Murphy al indicar como desde 1998 a 2007 el PIB mundial se incrementó en un 145%.
Es claro que necesitamos de un cambio de valores, como bien señalaba en relación con la crisis en España en el acto de la entrega de los premios Jaume I, Juan Roig el líder de Mercadona primera cadena de distribución alimentaria en nuestro país, insistiendo tanto en valores sociales como económicos, al hablar de abandonar la cultura del maná, y pasar a la del esfuerzo y trabajo, cuidando de mejorar nuestra productividad, desde la incorporación de conocimiento por la transferencia e innovación, que en nuestra opinión deben ser más valorizadas por universidades y empresas. Es por ello, que debemos reivindicar el camino hacia una economía con valores más plural y equilibrada, y cada vez mejor formada, donde empresas tradicionales de capital que buscan maximizar sus beneficios, empresas de economía social y del sector público, junto a los agentes sociales, sumen sus esfuerzos y cooperen. Es hora de alianzas y consensos, y sobre todo de aprovechar el talento y las iniciativas innovadoras, sin olvidarnos de las personas y del medio.

Juan Francisco Juliá y Rafael Chaves (*)

Juan Francisco Juliá, desde el año 2005 es el Rector de la Universidad Politécnica de Valencia. Miembro de la Ejecutiva de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE), desde 2008 y desde 2010 Vicepresidente de la misma.
Rafael Chaves, entre otras cosas es el Director del Programa oficial de doctorado en Economía social (cooperativas y entidades no lucrativas) de la Universidad de Valencia y Presidente de la Comisión Científica de la Economía Social de CIRIEC-International.

Universitat Politécnica de Valencia. Universitat de Valencia
(*)En el primer número de la revista internacional Service Business del año entrante 2012, se publicará un número dedicado exclusivamente a abordar estas cuestiones coordinado por los firmantes del presente artículo (ya disponible on-line en http://www.springerlink.com/content/1862-8508 ) con contribuciones de autores europeos y americanos, con visiones distintas pero a la vez con denominadores comunes en torno a esas organizaciones empresariales y su papel en ese camino hacia una economía más plural y equilibrada y sobre todo con valores, que ahora con la crisis se hace más necesaria como forma de respuesta.

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