José Campo Pérez (I)

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José Campo Pérez, natural de Valencia (24/05/1814), pertenece a una generación de banqueros capitalistas, precursora de la burguesía financiera española. Inicialmente, comenzó la carrera empresarial formando parte de la firma Gabriel Campo e Hijo (1839) como socio industrial de un negocio familiar, especializado desde los años del Trienio Liberal en la importación y distribución de géneros coloniales en el mercado interior. Tras hacerse cargo de la gestión cotidiana, paso a paso, y desde una perspectiva más prometedora desde el punto de vista profesional, encaminó los horizontes económicos de la razón social a “toda clase de operaciones mercantiles de giro y banca”.

A continuación, tras el pronunciamiento contra Espartero, y afín al partido moderado, fue elegido Alcalde de Valencia (1843-1847). En el consistorio puso toda la voluntad en lograr la dotación de servicios urbanos, indispensables para el desarrollo modernizador de la ciudad. Así, pese a la menguada Hacienda municipal, promovió la instalación del alumbrado de gas y la traída de las aguas potables, acometiendo también las obras del empedrado de las principales calles del centro histórico. Para asegurar las mejoras materiales, consiguió la aprobación de arbitrios especiales sin menoscabo del empleo de fórmulas inéditas –combinaciones financieras- en el mercado de capitales valenciano, con la finalidad de obtener ingresos paralelos. En tal sentido, dio participación a los capitales privados a través de la creación de sociedades anónimas, destacando la Sociedad Valenciana de Aguas potables (1846). Pero en aquellos tiempos se desconocía el manejo de valores fiduciarios, sufriendo estos el rechazo de los inversores, al no proporcionar una garantía sólida de dividendos y amortización del capital. Además, la incertidumbre política y el atraso económico actuaban de freno. Por ello, José Campo, junto a un grupo de comerciantes locales, potenció la fundación de la Sociedad Valenciana de Fomento (1846). La entidad se presentaba como un banco de carácter mixto, comercial y de depósitos, creada con la intención de proporcionar liquidez a las empresas de utilidad pública. Puso en circulación los “pagarés a la orden del presidente”, a semejanza de los billets à ordre de Laffite o los bonos al portador de Pereire, burlando así la oposición gubernamental a la emisión de billetes de banco. Una artimaña crediticia que tuvo éxito a la hora de inyectar capital a la economía local.

La Valenciana de Fomento encajaba, entonces, en la trama de negocios que se estaba urdiendo desde el municipio, pues, aparte de adquirir la totalidad de las acciones de las Aguas Potables, tanteó la especulación inmobiliaria, comprando terrenos en el Llano de la Zaidía, una operación comercial rentable consentida por la Alcaldía al haber autorizado un proyecto urbanístico en el extrarradio de la ciudad. Pero esa trabazón societaria, vinculada al consistorio, fue mal vista por algún político disconforme, al generar confusión entre los intereses privados y públicos, y promover desacuerdos con la Junta municipal de Beneficencia. Ello obligó a José Campo a dimitir, presentando tal desenlace a la opinión pública como una renuncia voluntaria. Con todo descaro y sin miramientos dijo en la prensa: “Valencia… podrá ocuparse de mi administración, que ofrezco a sujetar a su censura”. Sin embargo, lejos de causar animadversión en el vecindario, el propio Campo, por medio de folletos sueltos y alabanzas periodísticas, intencionadas, consiguió la fabricación de una imagen filantrópica y patriótica de su figura, porque “las mejoras materiales…. son debidas a su celo, conocimiento y carácter emprendedor” (DMV, 12/10/1847).

Las reformas urbanas empezaron, sin duda, a generar un cierto entusiasmo porque muchos habitantes de Valencia consideraron que la ciudad iba aproximándose, paulatinamente, al modelo innovador de las grandes metrópolis europeas. Por su parte, el gobierno de Narváez trató de reparar el desagravio a Campo y con la finalidad de gratificar los servicios prestados por el ex alcalde y paliar el descrédito de una dimisión provocada, concedió a la casa de comercio Gabriel Campo e Hijo la recaudación general de las contribuciones de la provincia de Valencia (29/9/1847), sustituyendo al Ayuntamiento en el cobro de los impuestos. La contrata, posteriormente renovada al someterse a licitaciones públicas, se administró hasta 1854.

Entretanto, Campo se apropió de la fábrica de gas, situada en el Llano del Remedio, de dos maneras: a) por compra de los títulos a los accionistas de la antigua Sociedad Valenciana de Alumbrado y b) por adjudicación, aprovechándose de una subasta judicial tras el embargo de Gas Penínsular, sociedad madrileña que se hizo cargo de la empresa e incumplió el pago de la misma. A continuación, firmó una serie de acuerdos con el Ayuntamiento con el fin de canalizar y abastecer de fluido a particulares. Más tarde, la compañía del Gas Lebón rompió el monopolio del alumbrado en manos de Campo, apoyándose en la Junta revolucionaria de Valencia (1868) e instalando otra fábrica de gas en Vila Nova del Grao. El empresario valenciano resistió el envite y, atento a las novedades, preparó un taller de la fábrica de gas para el alumbrado eléctrico en 1886, adelantándose a Lebón.

En la modernización de la ciudad entraba de lleno, también, el ferrocarril, previsto junto a un ambicioso proyecto de ampliación del puerto del Grao. Campo, conocedor del invento de la locomotora a partir de los viajes por Europa y consciente de la favorable coyuntura en 1850, ya que el gobierno de Narváez iba a conseguir la aprobación (20/02/1850) de una ley de garantía de un 6 por 100 de interés a los capitales invertidos en ferrocarriles, tuvo la habilidad de adquirir los derechos de la concesión de la línea ferroviaria del Grao de Valencia a Játiva. Para ello, hizo tratos con un intermediario francés, Próspero Volney, representante de una sociedad de composición accionarial anglo-española, el Madrid and Valencia Railway, beneficiada de la misma por la administración y que no pudo realizar el proyecto por la crisis económica de 1847-1848. Ello le permitió a Campo, organizar una sociedad ferroviaria propia en 1851, compatibilizándola con la Sociedad Valenciana de Fomento. No pudo, entonces, contratar las obras del puerto, pero la Sociedad del FFCC del Grao de Valencia a Játiva, fruto de la concesión, fue promocionando la construcción hasta Almansa (1854). Con reducidas ampliaciones del capital, emitiendo obligaciones hipotecarias en cantidad y cobrando subsidios del Estado, pudo salir airosa, sorteando la crisis de 1857-1858; convirtiéndose José Campo en director-gerente y principal accionista. También lo era de la Sociedad Valenciana de Crédito y Fomento (1859), reconversión de la antigua entidad, aprovechando la Ley de Sociedades de crédito de 1856. La normativa permitía a la entidad emitir obligaciones hipotecarias a corto plazo, y en contrapartida utilizó el préstamo con garantía de valores para proporcionar capital a los emprendedores. Cuando el Gobierno autorizó enlazar la línea ferroviaria con Cataluña, la Sociedad del FFCC del Grao de Valencia a Almansa cambió su denominación por la de Sociedad de los FFCC. de Almansa a Valencia y Tarragona (1862-1889). De ese modo, explotando las ventajas crediticias de Crédito y Fomento, Campo esgrimió su poderío en las dos sociedades y se encargó de la construcción de la línea ferroviaria de Valencia a Tarragona (1862-1867). Una nueva crisis financiera de mayor fuste, la de 1865-66, hundió el mercado de valores y el empresario valenciano no pudo eludir los pleitos con los compradores de obligaciones hipotecarias del ferrocarril por impagos de intereses y amortizaciones del capital, pese a esgrimir su calidad de acreedor preferente por débitos de la construcción. Los hechos societarios calamitosos se precipitaron a partir de una serie de desavenencias de los accionistas valencianos con José Campo, de modo que éstos abandonaron la dirección de Crédito y Fomento.

Bibliografía

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Telesforo Hernández (Universidad de Valencia)

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