Juan March Ordinas

Juan-March

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Biografía

Sin duda, de entre los hombres de negocios españoles, Juan March Ordinas ha recibido mucha más atención que ningún otro, aunque haya sido muchas veces más sensacionalista que académica. Eugenio Torres, en un breve pero muy completo apunte, escribió que la vida de Juan March, pese a ser “el empresario español más importante del siglo XX, se halla instalada, todavía hoy, en el terreno de la leyenda más que en el de la investigación histórica rigurosa”.

Juan March nació en 1880 en una familia de comerciantes y fuerzas vivas de un pueblo de Mallorca, Santa Margarita, y terminó convertido en uno de los hombres más ricos del mundo, con casas en Madrid y en Palma, múltiples propiedades y residencia legal en Ginebra. De su familia, especialmente de su abuelo, aprendió el oficio de comerciar, que fue lo que hizo a lo largo de toda su vida, cada vez a mayor escala. Empezó como tratante en su isla comprando cerdos y vendiéndolos en Barcelona, y abrió una casa de banca para prestar dinero, especialmente a los mayores terratenientes de Mallorca. Aprovechó para quedarse con algunas fincas y parcelar otras y venderlas, negocio que extendió a distintas regiones de la península. Muy pronto se introdujo en el contrabando de tabaco, una actividad floreciente en las islas baleares, la costa levantina y el norte de África, donde Juan March levantó una fábrica de tabaco. Además, en 1911, después de que la Conferencia de Algeciras repartiera las zonas de influencia en el reino de Marruecos y se constituyera un consorcio internacional para gestionar el monopolio de tabacos allí, Juan March se hizo con el arrendamiento en la zona española. La fábrica y el arrendamiento le proporcionaron la cobertura necesaria para desarrollar sus actividades y desafiar los ineficaces controles de la Compañía Arrendataria de Tabacos española.

Durante la Primera Guerra Mundial, las actividades y la fortuna de Juan March crecieron como la espuma. Su flota de barcos y su red de contactos por toda la costa mediterránea se beneficiaron de la neutralidad española, y le permitieron aprovechar las dificultades de abastecimiento de los países en guerra para hacer negocios con unos y con otros. Los servicios secretos británicos, con quienes colaboró, le defendieron siempre frente a las reticencias de los franceses, que sospechaban de sus relaciones con los alemanes. Durante aquellos años, la fama de Juan March llegó hasta el Senado español, donde se le mencionó como aquel “gran empresario que vivía en Mallorca y que inundaba de tabaco de contrabando las costas españolas”. En 1918, con gran escándalo entre las clases pudientes mallorquinas, se hizo con la compañía naviera más importante de la isla, La Isleña, que utilizó para hacerse después con el control de la Transmediterránea, una de las mayores navieras españolas creada dos años antes.

Frente a aquellas clases tradicionales mallorquinas, Juan March explotó el papel de empresario moderno dispuesto a dinamizar la economía isleña. Fue acusado repetidamente ante los tribunales de justicia por sus actividades de contrabando e incluso se vio implicado en alguno de los crímenes de sangre que solían acompañarlas, acusaciones de las que siempre salió indemne. Aprovechando las prácticas clientelares de la política de entonces, pero tendiendo puentes a la vez con las clases trabajadoras, a las que construyó una Casa del Pueblo, se hizo con el control del partido liberal en Mallorca, desafiando el dominio que hasta entonces había ejercido el partido conservador, liderado por el también mallorquín, Antonio Maura.

Cuando desde Madrid, en los primeros años veinte, el ministro de Hacienda Francesc Cambó emprendió una lucha a muerte contra el contrabando, March dio el salto definitivo a la política para poder defenderse públicamente, y se presentó a las elecciones en 1923, convirtiéndose en diputado. Tras el golpe de estado del general Primo de Rivera ese mismo año, el dictador le señaló como uno de los enemigos a perseguir, en su propósito regeneracionista de “limpiar” España de plutócratas y profesionales de la política. March estuvo a punto de ingresar en prisión. Sin embargo, maniobró con su habitual habilidad y su apoyo a los planes del dictador en Tánger, le convirtió en un “benemérito” de la patria, lo que le valió la concesión del monopolio de tabaco en Ceuta y Melilla, por el que venía peleando desde años atrás. Su nombre sonó también durante el proceso de concesión del monopolio del petróleo, al que concursaron la Transmediterránea y su filial, Petróleos Porto Pi que March había puesto en pie. No fue esa la opción ganadora, y el mallorquín mantuvo durante años un pleito contra CAMPSA, a la que acusó de quedarse con el contrato de suministro que Petróleos Porto Pi tenía con la soviética Nafta.

Lo que no consiguió Primo de Rivera ni los tribunales ordinarios lo logró la Segunda República. En 1931 March había vuelto a ser elegido diputado, pero la Comisión de responsabilidades de las Cortes Constituyentes le acusó de prevaricación por sus connivencias con la Dictadura. Su proceso se convirtió en una sucesión de escándalos que crearon momentos de dificultad política al gobierno republicano. Tras diecisiete meses en prisión, y pese a hallarse procesado por delitos de cohecho y alta traición fue sorprendentemente elegido miembro del Tribunal de Garantías Constitucionales, March protagonizó una pintoresca fuga de la cárcel y se exilió. No había tenido una actitud de oposición inicial a la república, e incluso conocía a algunos de los políticos que la trajeron y que le habían pedido apoyo financiero en 1930. Su paso por la prisión, sin embargo, le convirtió en enemigo declarado de quienes ganaron las elecciones en febrero de 1936. Con su fortuna y sus medios no solo a financió el Dragon Rapide, que trasladó al general Franco desde Canarias a Marruecos, sino que los barcos de la Transmediterránea transportaron tropas a la península y March puso todos sus recursos en el exterior, que eran muchos, para apoyar y avalar a los sublevados en julio de 1936. Fue, en este sentido, una pieza clave en los primeros momentos de la guerra, y la prensa republicana le convirtió en el “banquero de la rebelión”.

Sin embargo, Juan March, como otros muchos, nunca pensó que la sublevación fuera a convertirse en un conflicto tan largo y cruento. Su relación con el falangismo radical nunca fue buena y, durante la Segunda Guerra Mundial, su posición fue delicada. Es cierto que no pudo negarse a las peticiones del gobierno de Franco en sus relaciones comerciales con la Alemania nazi, pero sus intereses y su vinculación más estrecha volvió a estar del lado de Inglaterra, a la que brindó otra vez sus servicios y de cuyo gobierno llegó a convertirse en prestamista. Así de importante era ya su fortuna. En 1941, March se instaló en Estoril y entró en contacto con los monárquicos que conspiraban para traer a Juan de Borbón con el apoyo de los aliados, hasta que estuvo claro que no habría ninguna intervención desde fuera y Franco se consolidó.

Aunque mantuvo su residencia legal en Suiza, debido a sus negocios, March se acomodó dentro del régimen y llevó a cabo la última de sus hazañas. Aprovechando las dificultades de la Barcelona Traction para proveerse de divisas en la España de los años cuarenta, así como de ciertos comportamientos irregulares de la compañía, y utilizando para sus fines el extremo nacionalismo del ministro Juan Antonio Suanzes, urdió una trama que le permitió hacerse, a un precio irrisorio, con la empresa eléctrica más importante de Cataluña. El caso de la Barcelona Traction, que se inició en el pequeño juzgado de Reus en 1948 y terminó en 1970 en la Corte Internacional de La Haya, cuando March llevaba ya ocho años muerto, movilizó intereses económicos y políticos, y a los más importantes bufetes de abogados en España, Bélgica, Suiza, Gran Bretaña, Canadá y Estados Unidos. Quienes todavía no le conocían en los círculos financieros internacionales acabaron de enterarse de quién era aquel “privateer” (corsario) español, como le llamó la revista New Yorkeer2.

Con los beneficios de aquel último negocio, Juan March quiso convertirse en uno de aquellos grandes tycoons americanos, y puso en pie la Fundación Juan March, cuando en España no había nada parecido. La dotó de un capital y de una independencia que permitieron financiar y ayudar a los mayores escritores, pensadores, científicos y artistas españoles del momento.

Como escribió Josep Plà cuando falleció Juan March, en uno de los retratos más conseguidos del personaje, su leyenda aumentaba en la medida en que uno se alejaba de la isla en la que había nacido, y era imprescindible volver a Mallorca para hallar “noticias auténticas” sobre él. Hasta hubo quien escribió que el accidente de automóvil a consecuencia del cual murió en 1962 pudo haber sido provocado.

Mercedes Cabrera Catedrática de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos (Universidad Complutense de Madrid)

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