La fe de Obama en la élite “geek” de Silicon Valley que posee vuestros secretos

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La fe de Obama en la élite “geek” de Silicon Valley que posee vuestros secretos

05/06/2013 | Edward Luce – Financial Times Español

El 3 de junio la Administración de Barack Obama inició la corte marcial de Bradley Manning, el ex recluta del ejército de los EE. UU. que subió cientos de miles de documentos clasificados a WikiLeaks. El estadounidense normal disiente en si el Sr. Manning “ayudó al enemigo” (como alega la fiscalía del presidente Obama) o si se trata de un héroe que intentó educarnos sobre el programa secreto de aviones no tripulados de Washington. La mayoría está sorprendida de que la Casa Blanca pida una sentencia de por vida después de haber mantenido tras las rejas durante cuatro años al Sr. Manning. Desde su punto de vista, el Sr. Obama es un adicto confeso de los valores de Silicon Valley sobre la transparencia y el “No hagas daño”. Aunque regularmente los traicione con su manía “Nixoniana” por el secretismo.

Estas preocupaciones son encantadoramente simplistas: el Sr. Obama no es ningún traidor de la cultura de Silicon Valley, con la cual comparte muchas de las virtudes y fallos de sus líderes, de los cuales es un aliado cercano. El juicio al Sr. Manning se inicia tres días después de que la Casa Blanca co-organizara con Google la segunda conferencia “Nosotros los geeks de la tecnología”. Este martes, el Sr. Obama acudirá a una reunión para recaudar fondos en la casa de Vinod Khosla, uno de los más reconocidos inversionistas de capital riesgo en nuevas tecnologías. Y en los próximos meses la Casa Blanca impulsará en el Congreso la reforma migratoria – junto con el recién creado lobby fundado por Mark Zuckerberg, jefe ejecutivo de Facebook. Este nuevo ente se llama Forward (Fwd.us), que era el mismo eslogan que utilizó el Sr. Obama en su campaña de 2012.

Una de las características de la geekocracia es su fe en sus buenas intenciones. No es difícil imaginar cómo de grande sería la indignación de la izquierda estadounidense por el programa de aviones no tripulados si se hubiera llevado a cabo por George W. Bush o Mitt Rommey. Cuando el Sr. Obama pide a los norteamericanos que confíen en que los objetivos en la “lista para asesinar” los evalúa personalmente, la mayoría da su visto bueno. Ese beneplácito también se extiende a los “ataques selectivos”, que escogen objetivos por probabilidades basadas, en ocasiones, en información vagamente definida. Pero hay un mundo de diferencia entre eliminar un objetivo conocido y una deducción aproximada. Es difícil evitar las sospechas de que la reputación del Sr. Obama de ser un nerd lo proteja de duras críticas. Llamémosle una excepción geek. En su defensa, el Sr. Obama comunicó el mes pasado que él comparte mucho de este desasosiego en un discurso lapidario sobre el contraterrorismo.

Si los ataques selectivos – atacar a posibles terroristas antes de que puedan actuar – es la base del guión sobre “pre-crímenes” de la película Minority Report, el brillante uso de la información demográfica en la campaña del Sr. Obama se trata de “pre-votos”. Su equipo de información agregó más detalles sobre las preferencias individuales de la que los mismos votantes sabían acerca de ellos mismos. El Sr. Obama es proclive a utilizar su base de datos como un medio de negociación para asegurar su legado post 2016 (quienquiera que sea el demócrata nominado la necesitará para ganar). No es coincidencia que esto recuerde la creciente astucia con la que Facebook, y otras redes sociales, utilizan la información personal de sus usuarios. La estr
ategia del Sr. Obama fue en parte diseñada por informáticos de Silicon Valley.
La administración de Obama es un fuerte aliado de Google, Facebook y otras empresas que están en contra de la corriente europea de una protección más estricta sobre la información personal. El “derecho a ser olvidado”, promovido por Francia, causa cierta sorna tanto en Washington como en San Francisco. Los geeks dicen:“Confíen en nosotros, nuestras intenciones son nobles”.

La realidad es más terrenal. El interés propio, más que la virtud, guía la creciente influencia de este grupo de empresas de “tratamiento masivo de datos” en Washington. Lo mismo es cierto a menudo para el Sr. Obama. La agenda de estas empresas no se limita a la reforma migratoria. Entre otras áreas, tiene un profundo interés en la privacidad, la educación en línea, el sistema educativo, internet, la reforma impositiva de las empresas, la ciberseguridad y la guerra cibernética. Estas empresas probablemente influirán en las conversaciones sobre el comercio entre los EE. UU. y Europa, las cuales iniciarán este mes. Queda por ver si este sector se convierte en una piedra en el zapato durante este proceso. De cualquier manera, los norteamericanos deberían alegrarse de que alguien este defendiendo la privacidad. Tyler Cowen, un sobresaliente economista libertario dice:“No digo esto muy a menudo, pero creo que los europeos están en el lado correcto en cuanto a la protección de datos”.

Aunque el tratamiento masivo de datos trae innovación, también tiene peligrosos efectos colaterales. La cultura actual está llevando a los norteamericanos hacia el “nudismo informático”. Estas tendencias no harán más que hacerse más intensas. En breve será posible trazar la secuencia genética personal a un precio accesible. Nadie se verá obligado a agregar su historial genético a su perfil en línea, pero las parejas potenciales podrán asumir que el que no lo hace está ocultando un mal genético.

La clase media norteamericana ya es presa de su a menudo caprichoso historial crediticio – el cual es difícilmente corregible. En un mundo donde la vivienda promedio tendrá cientos de sensores, y donde estos sistemas de seguimiento que trazarán los hábitos individuales, el derecho a la privacidad puede llegar a ser un arma económica de supervivencia. De hecho, empresas de los EE. UU. a menudo solicitan el historial de crédito, una prueba antidrogas y las huellas digitales de muchos de sus candidatos. En el nuevo mundo digital, el derecho a eliminar errores pasados puede llegar a ser una vibrante lucha civil.

¿Debería esta futurología preocupar al Sr. Obama? Sí. Hace un siglo Theodore Roosevelt se enfrentó al poder de los barones de los ferrocarriles y los titanes del petróleo – los grandes innovadores tecnológicos de esa época. El Sr. Obama debería estudiar la historia con más detenimiento y volverse desconfiado de los geeks informáticos que entregan regalos.

 

Obama’s faith in the geek elite who have your secrets

05/06/2013 | Edward Luce – Financial Times English

Today, Barack Obama’s administration begins its court martial of Bradley Manning, the former US army private who uploaded hundreds of thousands of classified documents to WikiLeaks. Reasonable people disagree on whether Mr Manning “aided the enemy” (as President Obama’s prosecutors allege) or is a hero for helping to educate us about Washington’s shadowy drone programme. Most are surprised the White House is demanding a life sentence four years after putting Mr Manning behind bars. In their view, Mr Obama is a self-confessed geek with Silicon Valley’s transparent “Do no evil” values. Yet he regularly betrays these with his “Nixonian” mania for secrecy.

Such concerns are charmingly naive: Mr Obama is no traitor to geek culture. His administration shares many of the faults and virtues of the Silicon Valley leaders to whom it is so closely allied. Mr Manning’s prosecution begins three days after the White House co-hosted its second “We the Geeks” conference with Google. This Thursday, Mr Obama will attend a fundraiser at the home of Vinod Khosla, one of Silicon Valley’s most celebrated venture capital geeks. And in the coming months the White House will be pushing for Congress to pass immigration reform – alongside a newly-created lobby group founded by Mark Zuckerberg, the chief executive of Facebook. This controversial outfit is called Forward (Fwd.us), which was also the slogan of Mr Obama’s 2012 campaign.

One of the geekocracy’s main characteristics is a serene faith in its own good motives. It is not hard to imagine how much greater the US left’s outrage would be over the drone programme were it carried out by George W. Bush or Mitt Romney. When Mr Obama asks Americans to trust that he evaluates every target on his “kill list”, most acquiesce. That pass is also extended to Mr Obama’s “signature strikes”, which select targets by probability based on often sketchy information. But there is a world of difference between zapping a known target and taking an educated guess. It is hard to avoid the suspicion that Mr Obama’s reputation for being a nerd shields him from tougher criticism. Call it geek exceptionalism. To his credit, Mr Obama conveyed last month that he shares much of this disquiet in a lapidary address on counterterrorism.

If signature strikes – attacking suspected terrorists before they can act – are the stuff of the film Minority Report’s “pre-crimes”, the Obama campaign’s brilliant use of demographic data is about “pre-votes”. His data team has aggregated more detail about individual preferences than most voters know about themselves. Mr Obama is likely to use his database as a bargaining tool to help secure his legacy after 2016 (whoever is the Democratic nominee will need it to win). It is no coincidence this resembles the growing ingenuity with which Facebook, and other social media, cull their users’ personal information. Mr Obama’s operation was partly designed by Silicon Valley techies. The Obama administration is also a strong ally of Google, Facebook and others in pushing against Europe’s moves towards far stronger data privacy rights. France’s so-called “right to be forgotten” sparks as much derision in Washington as it does in San Francisco. “Trust us,” say the geeks. “We have noble motives.”

The reality is more mundane. Self-interest, rather than virtue, guides the growing clout of these “Big Data” companies in Washington. The same is often true of Mr Obama. Big data’s agenda is not confined to immigration reform. Among other areas, it has a deep interest in shaping what Washington does on privacy, online education, the school system, the internet, corporate tax reform, cybersecurity and even cyberwarfare.
Big data is also likely to be influential in the US-European trade partnership talks, which start this month. Whether the sector becomes a thorn in the side of the process remains to be seen. Either way, Americans should be relieved someone is making the case for privacy. “I don’t say this often but I think the Europeans are on the right side of the data protection issue,” says Tyler Cowen, a leading libertarian economist.

For while big data brings innovation, it also has dangerous side effects. Culture is already pushing Americans towards “data nudism”. Such currents will only get more acute. Before long, it will be possible to map an individual’s genetic sequencing at an affordable price. No one will be forced to attach their genetic record to online dating profiles. But potential mates may assume that anyone who chooses not to is concealing a genetic disorder.

America’s middle classes are already in thrall to their often capricious credit scores – a determination that is notoriously hard to correct. In a world where the average home will have hundreds of sensors, and where ubiquitous tracking systems can intimately map an individual’s habits, the right to privacy could become an economic tool of survival. Already, US employers often demand a credit score, a drugs test and fingerprinting from many kinds of applicant. In the new digital world, the right to expunge past blemishes may turn into a rumbling civil struggle.

Should such futurology bother Mr Obama? Yes. A century ago, Theodore Roosevelt pushed back against the power of the rail barons and oil titans – the great technological disrupters of his day. Mr Obama should pay closer heed to history. And he should become wary of geeks bearing gifts.

Copyright &copy «The Financial Times Limited«.
«FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited».
Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times».
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