Las consecuencias del aumento del Salario Mínimo Interprofesional

David Card

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David Card. Premio Nobel de economía 2021

La nueva economía experimental

Con los galardonados de 2021 la Academia Sueca de las Ciencias ha pretendido llamar la atención sobre los grandes avances que ha realizado la econometría, al poder procesar la enorme cantidad de datos almacenados en la nube. Los investigadores elegidos para representar estos avances son el canadiense David Card, el estadounidense de origen israelí Joshua Angrist y el nacido en los Países Bajos y nacionalizado norteamericano Guido Imbens.

Los tres han realizado estudios sobre situaciones observadas realmente, tratando de relacionar los efectos con sus causas. En el caso de los primeros experimentos económicos se procedía a analizar las respuestas a preguntas o situaciones inventadas, y se estudiaban las reacciones de los colectivos convocados. Recordemos los juegos del “ultimátum” y del “dictador”, que se recogen en el apartado relativo al pionero de la economía experimental, Vernon Smith, premio Nobel de 2002.

Una innovadora econometría basada en datos auténticos

En nuestro caso se trata de experimentos naturales, en los que los hechos analizados son auténticos, sin manipulación alguna y sin que hayan sido modificados en ningún sentido por el investigador. La cantidad de datos que recogen las redes sociales, los que se derivan de consultas en internet, la relación de compras con tarjetas inteligentes, los sitios visitados, las fotografías publicadas y toda la serie de informaciones sensibles vertidas a la red, proporcionan un conocimiento del entorno y del perfil de los usuarios con una riqueza de matices extraordinarios.     

El tratamiento informático de todas estas variables, de forma simultánea, requiere un análisis estadístico muy complejo. Esto ha dado lugar a una nueva econometría, que estos laureados se han empeñado en desarrollar con análisis multivariantes y con estudios que aplican regresiones múltiples. 

Aunque los tres han abordado el mismo problema metodológico y lo han aplicado a cuestiones análogas, de David Card destacaremos sus estudios sobre el mercado laboral; los salarios, el desempleo y la incidencia de las inmigraciones. En el caso de Angrist hablaremos de sus trabajos sobre la educación, y en cuanto a Imbens, el más matemático de los tres, nos concentraremos en el ámbito econométrico de sus investigaciones.

El salario mínimo y su influencia sobre el empleo

En 1992, David Card, en colaboración con el ya fallecido Alan Krueger, publicó un artículo que ha sido extensamente esgrimido como prueba de autoridad por la clase política, para justificar la escasa incidencia de la subida del SMI (Salario Mínimo Interprofesional) sobre la destrucción de empleo. Los partidarios de la subida del mínimo salarial argumentan que, un mayor ingreso de los trabajadores supondría un mayor consumo y una dinamización de la economía. En apoyo de sus tesis invocan recurrentemente el mencionado artículo, en contra de la opinión más generalizada que supone que este aumento destruiría empleo a nivel global.

SMI ¿Creación o destrucción de empleo?

Dada la polémica que enfrenta a los que opinan que el aumento del salario mínimo provoca creación o destrucción de empleo, merece la pena acudir directamente al mencionado artículo y abundar en su contenido y sus conclusiones.

El estudio, que se realizó entre febrero y diciembre de 1992, recoge datos sobre los restaurantes de comida rápida de los Estados limítrofes de Nueva Jersey y de Pensilvania; unos 410 establecimientos en total. En el primer Estado se acababa de subir el SMI de 4,25 $ la hora, a 5.05 $, mientras que en el segundo el salario mínimo se mantuvo en los mencionados 4,25 $ por hora.

Omito la larga serie de cautelas metodológicas que ocupan más de veinte páginas de dicho artículo, yendo directamente a las conclusiones. Se observó que, ocho meses después de la subida del SMI, el empleo en los restaurantes de fast-food del Estado de Nueva Jersey había subido levemente, contradiciendo la previsión teórica, mientras que en los de Pensilvania sí se había producido el descenso que pronosticaba la teoría económica tradicional, a pesar de que no se había aplicado en ese Estado el aumento del antedicho SMI.

Card no opina sobre las razones de este hecho, limitándose a exponer los resultados obtenidos de su investigación. Ahora bien, en un ejercicio de imparcialidad intelectual, señala que el aumento del coste salarial fue compensado por las empresas con una subida del precio de los menús ofrecidos y por una reducción de las ofertas promocionales. Así, el mayor ingreso de los trabajadores se tradujo en un mayor coste para los consumidores. 

Es más, lo que tampoco oculta Card es que le es imposible evaluar el número de restaurantes de comida rápida que dejaron de instalarse durante este período, y que cinco de ellos habían cerrado en Nueva Jersey durante el tiempo en que se realizó el trabajo de campo.

Aumento de la contratación fija frente a la temporal

Lo que sí se apunta en ese estudio es el aumento de la contratación fija a cambio de la de trabajo temporal, que en definitiva justifica la observada subida de las horas trabajadas en los restaurantes del sector. Tal vez, y esto no lo dice Card, ante el temor de que una subida generalizada del SMI atraiga y les quite a sus empleados de tiempo parcial, los restauradores prefirieran transformarles en todo lo fijos que significa esta contratación en los Estados unidos de 1992. Hoy, con el auge del teletrabajo y el mayor volumen de entregas de comidas a domicilio, probablemente los resultados de este estudio serían diferentes.

Las víctimas inocentes del Salario Mínimo Interprofesional

Por su parte, los que opinan que la subida del SMI sí destruye empleo, ofrecen argumentos de gran calado que vamos a resumir brevemente. Si un trabajador en cuestión, no es capaz de generar el valor de su salario, ningún empresario le contratará. Serán pues los jóvenes sin experiencia y los trabajadores menos productivos las víctimas inocentes de esta política de subida del salario mínimo. En consecuencia, el mercado les expulsaría hacia una remuneración por obra realizada, por trabajos a destajo, transformando al trabajador en un empleado por cuenta propia, o trasladándole directamente a la economía sumergida. Ese trabajador no despedido, sino simplemente no contratado, es la víctima invisible que enmascara el lado oculto de las cifras de las encuestas sobre empleo.

 El artículo de Card apoya el hecho de que subir el salario mínimo no siempre reduce el empleo, pero extrapolar los resultados observados en 1992, en un solo Estado y en un solo tipo de establecimiento, como un principio de validez universal, parece excesivo, como lo pueden ser los titulares que anuncian: “Subir el salario mínimo no produce desempleo”, o “Así demostró el premio Nobel de economía David Card, que la subida del salario mínimo no destruye empleo”. Puede que los empleados de los Burger King de Nueva Jersey hayan mejorado sus ingresos entre febrero y diciembre de 1992, pero no faltarían los casos, en los que, por ejemplo, las empleadas del hogar, en ese mismo tiempo y Estado, hayan visto aumentado su salario por hora, pero hayan reducido sus ingresos totales al ser requeridas menos horas semanales por sus servicios domésticos.

La inmigración y el nivel de empleo    

Otros de los trabajos de Card, ampliamente citados y relacionados con el mundo laboral, vienen a discutir la supuesta pérdida de empleos y la reducción salarial de los nacionales, como consecuencia de la llegada de inmigrantes.

En esta ocasión las conclusiones de Card son terminantes, en el sentido de que la influencia de estos trabajadores, en general de escasa cualificación, apenas afecta al desempleo y al nivel salarial del país. Es más, llega a preguntarse lo que sería de las sociedades envejecidas, con un alto nivel de rentas, y con estilos de vida sofisticados, si se suprimiese la población inmigrante.

¿Quién atendería a la cada vez más numerosa nómina de mayores dependientes? ¿Quién realizaría los trabajos más penosos y arriesgados?, máxime teniendo en cuenta que los nacionales los evitan, amparándose en la percepción de un seguro de desempleo y de una protección vital, propiciada por las atenciones previstas por parte de un generoso Estado de bienestar. ¿Quién recolectará las cosechas, en especial en los años particularmente buenos, donde los precios caen a niveles que difícilmente pueden pagar un salario mínimo?

Sólo los trabajadores eventuales, o que acepten salarios menguados, aunque superiores a los que percibirían en su tierra, serían quienes realizarían ciertos trabajos, estando abocados muchas veces a una trashumancia inadmisible para los naturales del país.

La formación y la empleabilidad

Otro de los principios indiscutidos del mundo laboral, consiste en la más alta remuneración esperada, así como la mayor probabilidad de encontrar un buen empleo, condicionados a una mejor y más completa formación académica. Dicho de otra forma, los padres quieren que sus hijos estudien, porque así, ganarán más, vivirán mejor y en definitiva serán más felices.

Esto, que es verdad para algunas de estas afirmaciones, no lo es siempre al considerar otros de los objetivos anteriores. Es cierto que el capital humano no se improvisa, y la mayor formación y conocimientos permitirá exigir y se aceptará pagar una mayor remuneración por ellos, pero estamos viendo que, en algunos países, generaciones de jóvenes titulados se desesperan sin encontrar un puesto de trabajo acorde con sus estudios.

¿Estudiar lo que queremos o lo que el país necesita?

El problema tal vez radique en la falta de información neutral sobre las futuras necesidades reales de un país, que forma demasiados periodistas y sociólogos y demasiado pocos informáticos o expertos en ingeniería de la comunicación. La desazón de ver sin recompensa los esfuerzos realizados, no favorecen precisamente la felicidad y el grado de ocupación prometidos.

A finales de 2021, el Reino Unido, una vez confirmado el Brexit, se encuentra con un grave problema de abastecimiento, debido a la escasez de camioneros nacionales; un empleo duro, con ausencias frecuentes del hogar y con escasas vocaciones juveniles que reemplacen a los conductores que se van jubilando. El ejemplo de los esforzados trabajadores de la carretera, nos debe servir para tratar de despejar la incertidumbre que plantean las demandas laborales del futuro.

Card alude también a la creciente desigualdad que se producirá entre los que se suban al carro del trabajo innovador y tecnológico que se adivina, y el enorme batallón de los que demandarán ayudas del Estado para subsistir, ya que sus conocimientos no serán demandados, sustituidos ventajosamente por robots o por máquinas provistas con sofisticados programas de inteligencia artificial.

Es verdad que resulta muy difícil predecir el futuro, pero no estaría mal que el Estado orientase sobre las previsibles demandas venideras, en lugar de permanecer impasible, dimitiendo de su función de dirección estratégica. En este sentido, conviene recordar lo que dice Robert Lucas, premio Nobel de economía de 1995, proponiendo que deberíamos conducir nuestro vehículo humano poniendo la vista al frente, que es donde nos va a tocar vivir, en lugar de desplazarnos recordando el pasado y mirando solo por el espejo retrovisor.

Card, que inicia sus estudios en la facultad de Ciencias, al tratar de ayudar a su novia en sus exámenes de economía, descubre, junto al atractivo de su pareja, el de la disciplina que ésta había elegido y que le proporcionó, años más tarde, la obtención de un premio Nobel. Una curiosa trayectoria que le condujo a la economía a través del amor.  

Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blog.

José Carlos Gómez Borrero

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