Los oficinistas pueden aprender de los atletas olímpicos

atleta

Comparte este post

Los oficinistas pueden aprender de los atletas olímpicos

16/08/2016 | Andrew Hill – Financial Times Español

Uno de los atractivos de ver a los atletas olímpicos compitiendo es tratar de comprender cómo y por qué gente común y corriente realiza hazañas extraordinarias. Si hay una cosa que los distingue del trabajador promedio que lleva a cabo tareas cotidianas es lo siguiente: la práctica.

Para los atletas, el entrenamiento parece constituir el 99 por ciento de su existencia en contraste con el 1 por ciento del tiempo dedicado a competir en eventos que el público llega a presenciar. ¡Y qué clase de entrenamiento!

The Guardian esta semana describió el «extenuante entrenamiento en el gimnasio» de Adam Peaty, el campeón de natación estilo pecho, quien fue el primer medallista de oro de Gran Bretaña durante los Juegos Olímpicos de Río. El personal de la piscina municipal «una vez lo vio derrumbarse sobre su entrenador después de completar una agotadora sesión de pesas, tal es su feroz ética laboral».

En su análisis del éxito de las gimnastas estadounidenses, la revista Time alabó la labor de la coordinadora nacional Martha Karolyi, quien en una ocasión obligó al equipo a ir directamente al gimnasio después de un vuelo de 16 horas. «Yo me quedé sorprendida, esta mujer está loca; no voy a poder hacerlo, me voy a morir», recordó la estrella estadounidense Simone Biles, la gimnasta campeona en todas las categorías durante las Olimpiadas de Río.

«¿Cuándo es suficiente?» preguntó Tania, la infinitamente paciente esposa de Mo Farah, en un documental sobre el exigente régimen de preparación del corredor del Reino Unido para las competencias en Río. Nunca, fue el mensaje implícito de su régimen. El principal reto de los entrenadores del Sr. Farah parece ser persuadirlo de tomar un descanso de su agotadora rutina.

Para la mayoría de los oficinistas, por el contrario, un poco de entrenamiento es más que suficiente y un «feroz» deseo de hacer más sería considerado, sin lugar a dudas, raro. Mientras que los entrenadores olímpicos monitorean y miden cada uno de los aspectos de los resultados de los regímenes de entrenamiento de los atletas, las encuestas sugieren que sólo una fracción de los profesionales de aprendizaje y de desarrollo en efecto evalúa el efecto de sus programas sobre el negocio.

Por supuesto, los paralelos olímpicos sólo pueden aplicarse hasta cierto punto. Es fácil autoengañarse de que existen similitudes entre la sesión en el gimnasio de las gimnastas estadounidenses después de su vuelo y un equipo de consultores, por ejemplo, yendo directamente desde el avión a una reunión con un cliente. Pero el equivalente empresarial sería pedirle a ese grupo que se sentara a escuchar una sesión de capacitación de tres horas sobre cómo aplicar un nuevo software de gestión de relaciones con los clientes.

La distancia entre los dos mundos realmente se hace evidente cuando los atletas de tiempo completo buscan empleos normales. Para un estudio de cómo los exatletas olímpicos lidiaban con la situación, los investigadores entrevistaron a «Emma» quien, cuando se convirtió en maestra de una escuela primaria, extrañaba la estructura, los comentarios acerca de su desempeño y la búsqueda de la perfección que su régimen de entrenamiento le había ofrecido. «No tenía ninguna medida de cómo me estaba desempeñando o si estaba yendo por buen camino», dijo Emma. «Yo estaba abrumada por el hecho de que esto ya no era mi realidad».

¿Existe algo que el estudio de los atletas olímpicos y sus horarios de práctica intensiva pudiera revelar para ayudar a los oficinistas y a sus gerentes?

Una pregunta es qué motiva a los deportistas. La respuesta tradicional se centraría en la recompensa: el deseo de «subir al podio» o de lograr los beneficios a más largo plazo del patrocinio y de la celebridad que el éxito deportivo pueden acarrear. Pero este camino conduce inútilmente a un voto por bonos en efectivo en el ámbito empresarial, cuando la investigación indica que este tipo de incentivos no es tan útil para animar a la gente a completar las complejas funciones del lugar de trabajo moderno.

Un área más interesante para explorar es si los atletas tienen una predisposición específica para entrenar tan arduamente como lo hacen. «No es como que él tenga un trabajo de nueve a cinco y que se ‘desconecte’ el viernes en la noche», le comentó Susie Verrill, la compañera del medallista de oro de salto largo Greg Rutherford, al Telegraph antes de los Juegos Olímpicos de Río. «Él se entrena todos los días, incluyendo los fines de semana y los cumpleaños, llueva, truene o relampaguee. Algunas noches se va al gimnasio a las 10 p.m. Incluso se entrena en la mañana de Navidad».

En su libro Peak, Anders Ericsson, quien estudia la «práctica deliberada», destruye el mito del «talento natural» y el «don» de la fuerza de voluntad.

El trabajo académico del psicólogo inspiró la simplificada «regla de 10.000 horas», popularizada por el autor Malcolm Gladwell, como la clave para el dominio de cualquier disciplina.

El profesor Ericsson escribió que la práctica abundante hace al maestro, pero también es posible que un entrenamiento intenso produzca «cambios en las estructuras cerebrales que regulan la motivación y el disfrute».

A los atletas no les encanta el entrenamiento — incluso entre los muchos clichés que promueven los atletas olímpicos durante las entrevistas, pocos hablan de querer hacer ejercicios — pero los neurólogos se preguntan si están mejor predispuestos que el resto de nosotros para ignorar el dolor y el aburrimiento de la práctica constante en aras de una fama futura.

Según los investigadores, se necesita todavía más investigación. Pero si los científicos pueden encontrar la manera de identificar y destilar esa forma de motivación e inyectar una pequeña cantidad en el lugar de trabajo para inspirar a los trabajadores comunes para que mejoren, los científicos realmente se merecerán una medalla.

Office workers can learn from the Olympians

16/08/2016 | Andrew Hill – Financial Times English

One of the attractions of watching Olympians compete is trying to understand how and why ordinary people perform extraordinary feats. If there is one thing that distinguishes them from the average worker carrying out daily tasks it is this: practice.

For athletes, training seems to make up 99 per cent of their existence against the 1 per cent of time spent competing in events that the public get to see. And what training!

The Guardian this week described the “gruelling gym workout” of Adam Peaty, the breaststroke champion who was Britain’s first gold medallist at the Rio games. Staff at his local swimming pool “once saw him collapse [on his coach] after completing an exhausting weights session, such is his ferocious work ethic”.

In its analysis of the success of the US gymnasts, Time magazine lauded the work of national co-ordinatorMartha Karolyi, who once obliged the team to go straight to the gym after a 16-hour flight. “I was like, this woman is crazy; I’m not going to make it, I’m going to die,” recalled the US star Simone Biles, the gymnastics all-around champion in Rio.

“When is enough?” Tania, the endlessly patient wife of Mo Farah, asked in a documentary about the UK runner’s demanding build-up to Rio. Never, was the implicit message of his regime. Farah’s coaches’ main challenge seems to be to persuade him to take a break from his gruelling routine.

For most office workers, by contrast, a little training is quite enough and a “ferocious” desire to do more would be considered distinctly odd. Whereas Olympic coaches monitor and measure every aspect of the outcome of athletes’ training regimes, surveys suggestonly a fraction of learning and development professionals actually assess the effect of their programmes on the business.

The Olympic parallels only go so far, of course. It is easy to con yourself that there are similarities between the US gymnasts’ post-flight gym session and a team of consultants, say, heading straight from the plane to a client meeting. But the business equivalent would be to ask that group to sit through a three-hour training session on how to apply new customer relationship management software.

The distance between the two worlds really becomes clear when full-time athletes seek normal employment. For a study of how former Olympic athletes coped, researchers interviewed “Emma”, who, when she became a primary school teacher, missed the structure and the striving for perfection that her training regimen had offered. “There’s no feedback really… I had no measure of how I was going — or was I going in the right direction? Of course as an athlete you have very high expectations,” Emma said. “I was overwhelmed by the fact that this wasn’t true any more.”

Is there anything that the study of Olympians and their intensive practice schedules could reveal to help office drones and their managers?

One question is what motivates the sportspeople. The traditional answer would focus on the rewards — the desire “to podium” or the longer-range benefits of sponsorship and celebrity that athletic success can bring. But this path leads unhelpfully to a vote for cash bonuses in business, when research suggests such incentives are not so useful in encouraging people to complete the complex tasks of the modern workplace.

A more interesting area to explore is whether athletes have a specific predisposition to train as hard as they do. “It’s not like he has a nine-to-five job and then clocks out on Friday night,” Susie Verrill, the partner of gold medal long-jumper Greg Rutherford, told the Telegraph before the Rio games. “He trains every day, including weekends and birthdays and in the rain, snow and sleet. Some nights he will go to the gym at 10pm. He even trains on Christmas morning.”

In his book Peak , Anders Ericsson, who studies “purposeful practice”, explodes the myth of “natural talent” and the “gift” of willpower.

The psychologist’s academic work inspired the oversimplified “10,000-hour rule”, popularised by author Malcolm Gladwell as the key to mastery of any discipline.

Abundant practice does make perfect, Prof Ericsson writes, but it is also possible intense training produces “changes in the brain structures that regulate motivation and enjoyment”.

Athletes do not adore training — even among the many clichés peddled by Olympians in interviews, few talk of wanting to work out — but neurologists wonder if they are better disposed than the rest of us to ignore the pain and boredom of constant practice in the interest of later glory.

Further research is needed, as scholars put it. But if scientists can work out how to identify and distil that form of motivation and inject a small amount into the workplace to inspire ordinary workers to improve, they really will deserve a medal.


Copyright &copy «The Financial Times Limited«.
«FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited».
Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times».

Copyright &copy «The Financial Times Limited«.
«FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited».

Disfruta de más contenido 

Actualiza tu navegador

Esta versión de tu navegador no permite visualizar correctamente la página. Para que tengas una buena experiencia y mejor seguridad, por favor descarga cualquiera de los siguientes navegadores: Chrome, Edge, Mozilla Firefox