Mis consejos para vencer el miedo de hablar en público

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Mis consejos para vencer el miedo de hablar en público

29/11/2016 | Lucy Kellaway (Financial Times) – Financial Times Español

Hasta hace poco, lo que más me asustaba — aún más que mi terror infantil a que los murciélagos construyeran un nido en mi cabeza — era pararme en frente de un grupo de personas benevolente y abrir la boca.

Mi miedo de hablar en público era irracional y extremo. Era tanto que pasé las primeras dos décadas de mi vida laboral haciendo lo imposible para asegurar que nunca tuviera que hacerlo. Entonces, cuando cumplí cuarenta años de edad, decidí que esto no sólo estaba limitando mi carrera sino que además era patético. Por eso, comencé a obligarme a mí misma a aceptar invitaciones.

La noche antes de mi primer gran discurso estaba tan nerviosa que no pude dormir, y en la mañana me puse unos brillantes zapatos rosados con la esperanza de que mis pies alegres engañarían al público a pensar que su dueña se sentía igualmente feliz. Quince años más tarde he prescindido de los zapatos rosados y hablo casi sin miedo. Mi cuerpo produce la suficiente adrenalina para poderme enfocar en lo que se supone que esté haciendo, pero eso es todo.

Mi historial — y mi simpatía por los millones similarmente desolados — hace que me cabree cada vez que veo consejos falsos. Harvard Business Review recientemente publicó un artículo sobre el tema que sugería que el truco es “apalancar nuestros cuerpos físicos para estar más presentes”. No tengo idea de cómo se apalanca el cuerpo, pero no suena muy agradable. En todo caso, estar “presente” antes de un discurso es una mala idea. Lo que uno quiere hacer es ausentarse lo más posible, en la esperanza de calmarse un poco.

El “consejo” de dormir bien antes de dar un discurso es aún más cómico. Exactamente cómo debes de hacer eso — ya que la esencia del nerviosismo es incompatible con el sueño — nunca se aclara. La pregunta más interesante es qué es peor: ¿drogarse con pastillas para dormir y estar mareado por la mañana, o estar desvelado y por lo tanto ser un manojo de nervios?

Con el pasar de los años he hallado la respuesta a esta pregunta y he desarrollado un enfoque de cinco pasos para dominar el pánico de las presentaciones.

Primero, con respecto a las sustancias, he descubierto que el problema con las pastillas para dormir es que no sólo quitan el nerviosismo, sino que eliminan todos los sentimientos. Estar destrozado es mejor que ser un zombi.

Los betabloqueadores, en casos extremos, funcionan mejor para calmar los nervios. También una pequeña dosis de alcohol. Para un discurso matutino, un traguito de un frasco de bolsillo podría ser inapropiado, pero cuando se trata de discursos nocturnos una (o dos) copas de vino calman los nervios.

El siguiente consejo es compensar el miedo de hablar con uno mayor y más racional. Una vez, al trasladarme en bicicleta al lugar donde tenía que hablar, escapé por poco de ser aplastada por un camión hormigonera. El hecho de no haber sentido miedo ante el auténtico riesgo de morir, y todo tipo de miedo ante el riesgo de dar una charla poco importante, me avergonzó tanto que perdí el miedo.

Mi tercer consejo es recordar lo poco capaces que son los líderes empresariales cuando se trata de hablar en público. La típica advertencia de asegurar que puedas hablar antes de los demás sólo sirve si los demás son excepcionalmente buenos. Si no, es mejor hablar más tarde y calmarte observando sus presentaciones mediocres y notando el aburrimiento del público. Cuando los estándares son bajos es fácil sobrepasarlos.

El cuarto consejo no habría ni que decirlo: llegar siempre temprano y reducir a cero el riesgo de que el nerviosismo de hablar en público se multiplique por el de llegar tarde.

Mi último consejo es el más difícil, pero también el más eficaz. Practicar en frente del público más implacable del mundo: un adolescente que bosteza, nunca se ríe ante ninguno de los chistes, y no deja de preguntar: “¿Cuánto va a durar esto?” Penoso ensayo, exitosa actuación.

A la larga, hay dos cosas que funcionan mejor que estos cinco consejos juntos. La primera es la experiencia. Cuantas más charlas des, menos nerviosismo vas a sentir, en parte porque irás mejorando, pero principalmente porque te darás cuenta de que el mundo no se va a acabar si las cosas no van como esperabas.

Aún mejor es envejecer. Una de las ventajas de tener más de 50 años es que entras en la fase “post-medio”, por lo menos en el trabajo. Todavía siento miedo por lo que está pasando en el mundo. Todavía siento miedo por mis hijos. Pero ya no tengo miedo por mí misma.

En cuanto a pararme en frente de un público amable y hablar de algo que conozco, casi no recuerdo por qué me parecía tan aterrador.

My tips for overcoming a fear of public speaking

29/11/2016 | Lucy Kellaway (Financial Times) – Financial Times English

Until a couple of years ago, the thing that frightened me more than anything else — even more than my childhood terror of bats making a nest in my hair — was standing up before a group of benign people and opening my mouth.

My fear of public speaking was as irrational as it was extreme. So much so that I spent the first two decades of my working life going to great lengths to ensure I never had to do it. Then, around my 40th birthday, I decided this was not only career limiting but also pathetic, and so started to force myself to accept invitations.

The night before my first big speech I was so nervous I failed to sleep at all, and in the morning put on bright pink shoes in the fond hope that the jauntiness of my feet would trick the audience into thinking their owner felt the same way. Fifteen years on I have dispensed with the pink shoes and speak with almost no fear. My body obligingly generates just about enough adrenalin so that I focus on what I am meant to be doing, but that’s about it.

My history, and my sympathy for the millions similarly afflicted, means I get cross every time I see dud advice. The Harvard Business Review recently published a piece on the subject in which it suggested the trick is to “leverage our physical bodies to be more present”. I have no idea what leveraging your body involves, but it does not sound comfortable. In any case, being “present” before a speech is a bad idea. What you want to do is to absent yourself as much as possible in the hope of calming down a bit.

Even more laughable is the “tip” that you get a good night’s sleep beforehand. Quite how one is supposed to do that when the whole point about nerves is that they are incompatible with sleep is not made clear. The more interesting question is which is worse: to zonk yourself with sleeping pills and be groggy in the morning, or to be sleepless and jangly with exhaustion?

Over the years I have found an answer to this question and have developed a five-step approach to mastering the panic of presentations.

First, on the question of substances, I have found the problem with sleeping pills is that they not only remove nerves but also remove all feeling altogether. Being shattered beats being a zombie.

Beta blockers, in extremis, work better for calming nerves. So does a small amount of alcohol. For a morning speech a nip from a hip flask may not be quite the thing, but for evening speeches one (or two) glasses of wine take the edge off.

The next tip is to offset the fear of speaking with a larger, more rational one. Once, when cycling to the place where I was due to speak, I narrowly avoided being squashed by a cement mixer. The reminder that I felt no fear at the very real risk of death, and every fear at risk of giving a slightly lame talk shamed me into being less afraid.

My third tip is to remind yourself how godawful most business people are at speaking. The usual advice, ensure your speech goes before other people’s, only works if the others are unusually good. Otherwise it is better to go later and calm yourself beforehand by watching their substandard performances and noting the audience’s boredom. The bar is low: you can easily clear it.

The fourth piece of advice ought not to need saying: always arrive unfeasibly early. Reduce to zero the risk that speech nerves are compounded by lateness ones.

My final tip is the most painful, but also the most effective. It is to practise in front of the world’s most unforgiving audience — a yawning teenager who never laughs at any of the jokes and keeps asking, “How much more of this is there?” Bad rehearsal, good performance.

In the long term, there are two things that work better than these five tips put together. The first is experience. The more talks you give the less nervous you get — partly because you improve, but mainly because you work out that the world does not end if things do not go quite to plan.

Better still is getting old. One of the beauties of being over 50 is that you go post-fear, at least at work. I am still frightened by what is happening in the world. I am still frightened for my children. But I am no longer frightened about myself.

As for standing up in front of a friendly audience and talking on something I know aboutI can hardly remember why it seemed so scary.


Copyright &copy «The Financial Times Limited«.

«FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited».
Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times».


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