Occidente está perdiendo la fe en su propio futuro

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Occidente está perdiendo la fe en su propio futuro

10/12/2013 | Gideon Rachman – Financial Times

¿Qué define a occidente? A los políticos estadounidenses y europeos les gusta hablar de los valores e instituciones. Sin embargo, para miles de millones de personas en todo el mundo, el punto crucial es más simple y más fácil de entender. Occidente es la parte del mundo donde incluso la gente común vive cómodamente. Éste es el sueño que hace que los inmigrantes ilegales arriesguen sus vidas, tratando de entrar en Europa o EEUU.

No obstante, a pesar de que la tentación de occidente sigue siendo intensa, el propio mundo occidental está perdiendo la fe en su futuro. La semana pasada, Barack Obama pronunció uno de los discursos más sombríos de su presidencia. En términos implacables, el presidente de EEUU habló de la desigualdad creciente y la disminución de movilidad social que, sostuvo, «son una amenaza fundamental para el sueño americano, nuestro modo de vida y lo que representamos en el mundo.»

Una encuesta de opinión del Pew Research Center, realizado esta primavera en 39 países, preguntó: «¿Tendrán los niños de tu país mejores condiciones que sus padres?» Sólo el 33 por ciento de los estadounidenses creen que sus hijos vivirán mejor, mientras que el 62 por ciento dijo que estarían en peores condiciones. Los europeos fueron aún más sombríos. Sólo el 28 por ciento de los alemanes, el 17 por ciento de los británicos, el 14 por ciento de los italianos y el 9 por ciento de los franceses pensaron que sus hijos vivirían en mejores condiciones que las generaciones anteriores. Este pesimismo occidental contrasta fuertemente con el optimismo en el mundo en desarrollo: el 82 por ciento de los chinos, el 59 por ciento de los indios y el 65 por ciento de los nigerianos creen en un futuro más próspero.

Sería agradable creer que hablar de un descenso en los niveles de vida occidentales es simplemente una exageración. Pero, por desgracia, las cifras sugieren que el público está en lo cierto. Según los investigadores de la Brookings Institution, los salarios de los hombres en edad de trabajar en los EEUU – ajustados a la inflación – se han reducido en un 19 por ciento desde 1970. “Joe Promedio” (un tipo promedio) – que alguna vez fue la personificación del sueño americano – ha visto una caída en sus ingresos, mientras que los ingresos del 5 por ciento más alto se han disparado. Incluso los políticos conservadores están preocupados. El senador Marco Rubio, un contendiente para la nominación presidencial republicana en 2016, señala que sus padres formaban parte de «la clase media» con trabajos más humildes, como mesero y camarera. En estos días, reconoce, que ya no sería posible.

El sentido de la tristeza y la inseguridad en Europa también está basado en la realidad – en particular, el conocimiento de que es probable que las prestaciones sociales y la jubilación sean menos generosas en el futuro. La presión sobre la prosperidad es más intensa en los países que han sufrido lo peor de la crisis de la deuda – lugares como Grecia y Portugal han visto recortes reales en los salarios y las pensiones.

Pero los niveles de vida también están bajo presión en los países europeos que la han librado relativamente bien. Investigaciones realizadas por el Financial Times demuestran que los británicos nacidos en 1985 son la primera generación en 100 años que no ha experimentado mejores niveles de vida que aquellos nacidos 10 años antes.

Incluso en Alemania, a menudo elogiada como la más exitosa economía en el mundo occidental, los beneficios del «milagro Merkel» se han dejado sentir únicamente en el extremo superior de la escala salarial. Las reformas económicas que sentaron las bases para el actual auge de exportación de Alemania incluyeron disminuir los salarios, recortar los beneficios sociales y emplear a muchos más trabajadores temporales.

Hay una conexión entre el creciente optimismo en el mundo en desarrollo y el creciente pesimismo en occidente. En su discurso de la semana pasada, Obama señaló que «a partir de finales de 1970, el contrato social comenzó a desmoronarse». No por casualidad, fue también a finales de 1970 que China comenzó a abrirse.

Incluso los defensores de la globalización ahora por lo general reconocen que la aparición de una fuerza de trabajo mundial ha ayudado a mantener bajos los salarios en occidente. Algunos amigos europeos míos sueñan con el proteccionismo – o incluso una guerra en Asia – que podría regresar más trabajos bien pagados a occidente. Pero, en realidad, parece poco probable que la globalización vaya en reversa, dadas las fuerzas tecnológicas, económicas y políticas que la empujan hacia adelante. Sin duda, sería moralmente dudoso intentar reforzar los estándares de vida occidentales, al socavar la tendencia económica que ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza en el mundo en desarrollo.

Incluso si los países occidentales cerraran sus mercados, los empleados occidentales – incluyendo a los trabajadores de cuello blanco – encontrarían cada vez más que muchos empleos los podrían realizar computadoras o robots por un menor costo. De hecho, la marcha de los robots también pronto será una amenaza para los trabajadores en las cadenas de montaje en China.

Si la erosión de los niveles de vida continúa, ¿cómo van a reaccionar los votantes occidentales? Ya hay signos de radicalización política – con la derecha populista ganando popularidad tanto en EEUU como en Europa. Pero, hasta ahora, no hay ninguna señal real de que el Tea Party en EEUU ni los movimientos nacionalistas en Europa tengan posibilidades reales de controlar el gobierno central en ningún país. El consenso en torno a la globalización también parece mantenerse. De hecho este fin de semana la Organización Mundial del Comercio aparentemente hizo un gran avance en la búsqueda de un nuevo acuerdo comercial global.

Pero mientras que los nuevos movimientos políticos aún no están listos para aplastar a los partidos establecidos en occidente, los políticos se están viendo obligados a reaccionar ante el nuevo entorno económico. El aumento de la desigualdad está aumentando la presión para recaudar más impuestos redistributivos y alzar los salarios mínimos de ambos lados del Atlántico. Tras otra década de malestar económico occidental – o, Dios no lo quiera, una nueva crisis financiera – es probable que veamos surgir soluciones y políticos más radicales.

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