Paul Krugman

Paul Krugman
Premio Nobel de Economía 2008

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Biografía

Paul Robin Krugman (28 de febrero de 1953) es un economista, divulgador y periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos. Actualmente es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico New York Times. En 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía.

El Premio Nobel de Economía Paul Krugman, es un economista que ha transitado por la economía internacional, la geografía económica y por otras historias. Además, se ha convertido en el columnista más leído de nuestro tiempo. Empecemos por esto último (su labor de divulgación) y terminemos por lo primero (sus trabajos académicos).

Léalo y sáquele partido

Aunque no le sobra el tiempo, usted es una persona que tiene interés por la cultura en general y por la economía en particular (en caso contrario, no habría iniciado la lectura de este artículo). Además, es posible que ande frecuentemente por los aeropuertos y que le apetezca aprovechar el tiempo leyendo algo. Ni tiene tiempo ni ganas de leer sesudos trabajos académicos que comienzan derivando y terminan integrando (aunque le consta que son fundamentales, la verdad es que usted no se anima a leer artículos económicos escritos en “griego”, esto es, escritos “de manera formal, teórica, matemática”). Está también harto de los artículos de “sube y baja”, esos artistas de los chart (chartistas, no confundir con los carteristas) que, echándole imaginación al asunto y al grito de lo que sube baja, le dicen, en las páginas y en la prensa salmón, lo que va a pasar mañana. Se encuentra usted más solo que la una y, encima, el portátil no funciona. En una situación como ésta le quedan ya pocas salidas: por ejemplo, leer la típica literatura económica de los “aeropuertos” (ya sabe, “Cómo hacerse rico en tres días”, “la búsqueda de la superexcelencia”, “el fin del mundo”) y otra perlas por el estilo. Es posible que en algún momento le gustara este tipo de lecturas, pero, no nos engañemos, usted es una persona culta, analítica y hace tiempo que no comulga con ruedas de molino y ya ha descubierto que lo poco que hay de bueno en esa literatura irracional tan exuberante se resume en cinco líneas, y usted ya se las sabe. Sigue perdido, el portátil no funciona y, encima, se le ha estropeado el móvil. La situación es alarmante, pero no se preocupe: siempre le quedará la posibilidad de leer a unos muy pocos selectos economistas que hablan en prosa y dicen cosas interesantes. Entre ellos, Paul Krugman. No lo digo yo, lo dice el gran Paul (Samuelson), quien refiriéndose al último libro de divulgación de Krugman, “El gran engaño”, ha señalado lo siguiente: “es una síntesis coherente de los problemas económicos más importantes que se producirán entre 2003 y 2010. Cómprelo, léalo, valórelo y sáquele partido”. En el mismo sentido se ha manifestado otro gran economista menos conocido por el público en general cual es Avinash Dixit. Así, refiriéndose a su primer libro de divulgación (“La era de las expectativas limitadas”) ha señalado: “Para mi, lo mejor del libro… es la cantidad de economía que enseña… incluso puntos muy difíciles y sutiles, que han sido planteados por diferentes autores originales utilizando modelos matemáticos muy complejos, se transmiten en unas pocas líneas de prosa clara… Si Krugman no fuera muy valioso para la profesión por su propia obra, se le debería conceder una plaza estable como traductor de las revistas académicas al inglés”. Llegados a este punto, si usted se fía de Dixit o de Samuelson, ya tiene resuelto el problema: olvídese del portátil, del móvil, del mareo del “sube y baja” y de los libros de los “aeropuertos” y “cómprelo, léalo…”.

Economía internacional

Krugman tiene mucho que decir y lo dice con palabras claras, en inglés (y en español, pues se traducen todas sus obras de divulgación) y, además, lo hace con conocimiento de causa. Usted ya tiene una prueba más de que, en definitiva, lo importante no es si un economista es de derechas o de izquierdas, sino si es bueno, y Krugman lo es: es un economista muy solvente al que se le entiende perfectamente

Además, escribe también en “griego” (un “griego” accesible). Krugman es, básicamente, un economista de “economía internacional”. Se ha enfrentado a los dos grandes campos de dicha rama de la economía y en ambos ha dejado su marca. Ha dicho mucho y muy bueno sobre los aspectos macroeconómicos (las finanzas internacionales): sobre la volatilidad de los tipos de cambio, sobre las crisis de balanza de pagos, sobre las zonas objetivo…, pero donde ha realizado una gran revolución ha sido en el campo de la microeconomía internacional (la teoría del comercio internacional). En el resto de este apartado me centraré en sus aportaciones en este último campo.

Krugman ha revolucionado la teoría del comercio internacional con, básicamente, tres artículos publicados en el Journal of International Economics (1979), la American Economic Review (1980) y el Journal of Political Economy (1991). Así pues, casi se cumple en este caso la hipótesis de Ostwald en la que insiste el gran Schumpeter y según la cual “la creación original es privilegio de las personas menores de treinta años”, ya que dos de dichos artículos se publicaron antes de que tuviera dicha edad, pues nació en 1953

Krugman revoluciona la teoría del comercio internacional al partir de supuestos radicalmente diferentes de los propios de la teoría anterior cuales son los rendimientos constantes, la competencia perfecta y la homogeneidad de los productos. Frente a ellos, nos habla de rendimientos crecientes, competencia monopolística y diferenciación de productos. Este cambio de perspectiva surge de una gran anomalía y se beneficia de los caminos abiertos en la teoría económica por Dixit y Stiglitz en un artículo fundamental de la economía de nuestro tiempo, publicado en 1977. La gran anomalía, el gran problema que contradecía la teoría hasta entonces vigente, era el denominado comercio intraindustrial. Este tipo de comercio internacional ha aumentado enormemente en las últimas décadas y es un comercio en el que se importa y exporta el mismo producto. Por ejemplo, España exporta vino e importa vino; es comercio internacional, pero se produce dentro del mismo sector y, por ello, es también intrasectorial o intraindustrial. La teoría neoclásica tradicional (debida a Heckscher y Ohlin) negaba en general la existencia de dicho tipo de comercio y afirmaba que el comercio internacional tenía que ser interindustrial (España importa bienes de equipo de Alemania y exporta a dicho país cualquier otra cosa menos esa, por ejemplo cítricos), ya que cada país exporta aquello en lo que tiene ventaja relativa y ésta viene asociada, a su vez, a la dotación relativa de factores. Dicho de otra manera: España exporta cítricos porque esta producción se basa en la disponibilidad de unas condiciones naturales que abundan en el levante español y no los importa de Alemania porque allí no se dispone de tales condiciones naturales. La implicación más clara de esta teoría es que el comercio internacional nos hace ganar porque somos diferentes y nos beneficiamos de esa diversidad. Por ello, uno esperaría que los flujos de comercio internacional estuvieran relacionados con las diferencias en la dotación de factores productivos (cuanto más diferentes dos países respecto a la tierra, el trabajo y el capital, más comercio) y que, consecuentemente, el comercio fuera, básicamente, un fenómeno Norte-Sur de tipo interindustrial (por ejemplo, el Norte exportaría manufacturas a cambio de productos primarios del Sur). Sin embargo, los datos mostraban que el comercio era, básicamente, intraindustrial y Norte-Norte. Esta anomalía llevó, junto con el avance analítico ya citado de Dixit y Stiglitz, al surgimiento de las ahora denominadas “nuevas teorías del comercio internacional”. En enero de 1978, Krugman se entrevista con uno de sus maestros, Rudi Dornbusch, quien acogió con gran interés la idea de Krugman de aplicar la competencia monopolística al comercio internacional. Tras la entrevista, “fui a casa y me puse a trabajar en ello al día siguiente y en pocas horas me di cuenta de que en mis manos estaba la clave de toda mi carrera. Recuerdo perfectamente que me mantuve toda la noche excitado, sintiendo que acababa de tener una visión en el camino a Damasco”. Como nos ha señalado Kuhn, el paradigma vigente se resiste al cambio y los roturadores deben sufrir en el intento de consolidar la nueva visión: durante el siguiente año y medio se encontró con rechazos de las revistas académicas, falta de interés de sus colegas mayores (sin embargo, le ayudó mucho un joven economista cubano culto y sabio, ya fallecido, Carlos Díaz Alejandro), pero Krugman perseveró y, gracias a otro momento luminoso tenido en la primavera de 1979 en el aeropuerto Logan de Boston, mientras esperaba por un vuelo hacia Minneapolis (como se puede observar, los aeropuertos también sirven para estas cosas), remató la faena. Los frutos se presentaron posteriormente en un seminario de hora y media celebrado en julio de dicho año en el National Bureau of Economic Research (NBER), momento que bastantes años después seguía considerando “los noventa mejores minutos de mi vida”. El que las nuevas teorías den cuenta razonable de la anomalía que es el comercio intraindustrial se puede explicar muy fácilmente con un ejemplo. Una vez que se tienen en cuenta las economías de escala y se rompe, por tanto, con uno de los supuestos básicos que impedía el progreso analítico, se puede avanzar en dos sentidos: en el grado de concentración (al haber economías de escala se pueden reducir los costes aumentando el tamaño de la planta) y en el grado de diferenciación. Así, tendremos empresas mayores que se especializarán más, en una determinada variedad del producto, y lo producirán para su propio mercado y para el exterior. Y lo mismo puede ocurrir en el otro país, que puede tener también empresas más grandes que producen una versión diferente del mismo producto (por ejemplo, automóviles). Al final, cada país tendrá exportación de coches (de determinadas variedades) e importación de coches (de otras variedades) y, consecuentemente, habrá comercio dentro del mismo sector, comercio internacional que es intraindustrial.

Las nuevas teorías del comercio internacional, basadas en el comercio intraindustrial, tiene profundas consecuencias sobre diversos aspectos de orden práctico. Mencionaré sin entrar en detalles solamente una: muestran que hay un mayor margen para la intervención pública en lo que se refiere a las políticas comerciales (véase, por ejemplo, el caso de la denominada política comercial estratégica -el caso Boeing-Airbus- expuesto en los capítulos 9 y 10 de otro de sus libros de divulgación, “Vendiendo prosperidad”).

Geografía, desarrollo y otras historias

En un trasvase muy poco usual, Krugman ha terminado navegando también por las aguas de la geografía vista en clave económica. Fruto de este trasvase son, por ejemplo, sus trabajos sobre “Geografía y comercio”, sobre la economía urbana (“La organización espontánea de la economía”) y sobre la economía del desarrollo (“Desarrollo, geografía y teoría económica”). En este tipo de trabajos Krugman muestra (a veces, con un tono que es considerado un tanto imperial por los viejos ocupantes del territorio; otras, con gran apertura de miras) que las herramientas desarrolladas en el campo del comercio internacional puede ser de interés para otros campos.

Terminemos ya con otras historias. Básicamente, con dos: la primera tiene que ver con el peso que tiene la historia en la revolución que desencadenó con su trabajo pionero respecto a las nuevas teorías del comercio. Efectivamente, si, frente a lo que pasaba con el comercio interindustrial, el comercio intraindustrial no depende de ser diferentes, puede ocurrir que dos países clónicos desde esta perspectiva (esto es, que tengan la misma dotación relativa de factores productivos) se beneficien también del comercio. Ello significa que tenemos que buscar otras razones para explicar los patrones de producción y comercio de cada país o región y en esa búsqueda nos encontramos a veces con el azar. A veces, una zona produce y exporta un determinado producto porque alguien desencadenó un proceso de causación acumulativa, un círculo virtuoso por razones accidentales (véase el capítulo 9 de “Vendiendo prosperidad”, donde se expone la economía del Qwerty). La lección es clara: en el mundo de los rendimientos crecientes la historia importa mucho.

La segunda historia es más personal: aquel niño, que nació en 1953 en pleno baby boom y que se crio en los suburbios de Nueva York y tuvo una educación nada elitista, fue creciendo y se enamoró de la historia (“mi primer amor fue la historia”) e intentó ser un científico social a la Asimov (un “psicohistoriador”). No lo logró, pero piensa que “algún día existirá una ciencia social unificada”. No está nada mal para un economista que, entre otros muchos reconocimientos, obtuvo la Medalla John Bates Clark en el año 1991 (para los economistas norteamericanos de menos de cuarenta años), el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2004 y que tiene una cita en Estocolmo.

Método

El método que utiliza Paul Krugman para investigar se resume en los siguientes principios:

1) Apertura intelectual. Ello exige “estar atento a lo que dice la gente inteligente,… aunque no hablen tu lenguaje técnico”. Aunque, al final, todo tiene que pasar por los modelos matemáticos, a veces hay ideas valiosas en muchos economistas literatos.

2) Hacerse preguntas sobre las preguntas. No obligar a un modelo nuevo a responder a los detalles pendientes de los viejos. Si se quiere tener una gran idea, es necesario plantearse preguntas que vayan más allá del paradigma vigente. En síntesis, para tener una gran idea es una idea muy buena la de hacerse preguntas sobre las preguntas que procede hacerse.

3) Atreverse a ser “tonto”. Hay dos formas de lograr que un artículo de análisis económico se publique: la vía más segura es “realizar una ampliación, difícil desde un punto de vista matemático pero menor desde un punto de vista conceptual, de un modelo ya conocido”. Es una vía segura, pero poco útil para los que quieren tener una gran idea. Para estos últimos, el consejo de Krugman es: “partir de supuestos novedosos y hacer cosas sencillas con ellos”. Ello requiere una gran autoestima (para aguantar la crítica y los rechazos) y mucha más disciplina (para transitar por caminos novedosos), pero ese es el precio que se debe pagar por las grandes ideas.

4) Simplificar, simplificar. Es decir: ser minimalista, “intentar siempre expresar las ideas mediante el modelo más sencillo posible”. Por dos razones: primera, porque esta es la mejor forma de que los demás accedan al terreno desconocido que se está descubriendo; segunda, porque es la mejor forma de que, si uno se ha equivocado al andar solo, descubra pronto que está perdido. Dicho de otra manera, se obtendrán las ventajas del libre comercio de las ideas si se las hace accesibles y uno se centra en la esencia del problema.

Ideas Nobel

Krugman ha obtenido el Premio Nobel por sus investigaciones sobre “los patrones comerciales y la localización de la actividad económica” y estas investigaciones pioneras las materializa, básicamente (y así lo indica la Fundación Nobel) en tres artículos: uno de 1979, otro de 1980 y otro de 1991. Como se puede observar, Krugman ha aplicado su método minimalista (su cuarto principio, “simplificar, simplificar…”) al máximo, ya que ha obtenido el Nobel con 37 páginas.

A continuación trataré de mostrar los problemas a los que se enfrentó Krugman en dichos artículos, que muestran perfectamente cómo se puede explicar el comercio intra-industrial y la localización con modelos muy sencillos en los que, sobre la base de los rendimientos crecientes, “todo cuadra”.

Lo primero que hace Krugman en su artículo de 1979 es aplicar el primero de sus principios: escucha a los que, no utilizando su lenguaje técnico, dicen cosas inteligentes. Lo más inteligente que se podía hacer en los setenta era hablar de lo que ya era un hecho consolidado: el comercio intra-industrial, esto es, el comercio internacional dentro de un mismo sector o industria (que España exporte y, simultáneamente, importe coches, por poner un ejemplo). Respecto a este punto, el economista más inteligente no técnico al que había que escuchar era Staffan Burenstam Linder, quien había tratado de explicar dicho fenómeno ya en 1961 sobre la base de la renta per cápita. La idea era muy interesante: los patrones de consumo de la gente de cada país dependen de su nivel de ingresos y, consecuentemente, los países de niveles similares de renta per cápita tienden a consumir los mismos tipos (calidad) de bienes. Como los consumen, tienen que producirlos y (aquí viene la conexión con el comercio internacional) terminan exportándolos. Se exporta, pues, lo que se produce y se produce lo que se consume. Y como lo que se consume depende del nivel de renta per cápita, resulta que al final tenemos comercio entre países muy similares en renta per cápita, en bienes pertenecientes muchas veces al mismo sector; en definitiva, comercio intra-industrial Norte-Norte. La hipótesis de Linder era interesante, pero tenía un problema: no había ninguna razón para aceptar la conexión consumo-producción. De hecho, el que exista comercio internacional es una prueba en contra de dicha conexión, ya que el comercio permite separar lo que se produce de lo que se consume. Es decir, un país puede consumir muchas naranjas y producir pocas y no pasa nada, ya que puede importar las que le faltan. De acuerdo con el segundo principio del método de Krugman, procedía hacerse preguntas sobre las preguntas y dio la casualidad de que era el momento adecuado para cambiar de paradigma. Efectivamente, el paradigma reinante en aquel momento era el de la Teoría de Heckscher-Ohlin-Samuelson (HOS) que decía que el comercio se basaba en la diferente dotación relativa de trabajo y capital y que, consecuentemente, el comercio se realizaría entre países muy diferentes y en sectores muy distintos (en definitiva, comercio inter-industrial Norte-Sur, café por coches, por poner un ejemplo).

Llegados a este punto es cuando Krugman aplica el tercer principio y se atreve a ser “tonto”: “en vez de realizar una ampliación, difícil desde un punto de vista matemático pero menor desde un punto de vista conceptual, de un modelo ya conocido”, se dedicó a “partir de supuestos novedosos y hacer cosas sencillas con ellos”. El supuesto (economías de escala internas, vale decir, reducción de los costes medios al incrementar la producción, todo ello dentro de la empresa y en un contexto de competencia imperfecta) era novedoso en la teoría del comercio internacional, pero no lo era tanto en general: en primer lugar, porque venía de 1933 (la competencia monopolística de Chamberlin) y, en segundo lugar, porque Dixit y Stiglitz habían establecido un puente que sería decisivo en un celebrado artículo de 1977. Lo que hace Krugman es, pues, una aplicación a un determinado campo (el del comercio internacional), pero es una aplicación extremadamente importante pues supone olvidarse de la, en términos de Kuhn, “ciencia normal” y revolucionar toda la teoría del comercio internacional. Se trataba de explicar el comercio sin apelar a las variables que latían tras la ventaja comparativa (tecnología –teoría clásica- y gustos y dotación relativa de factores –teoría neoclásica-) y ello exigía fijarse en otra variable que hasta entonces era problemática: las economías de escala internas a la empresa. A ello se dedicó Krugman y en diez páginas revolucionó la teoría del comercio internacional y apuntó ya hacia la teoría de la localización. Para lograrlo, aplicó sistemáticamente su cuarto principio y simplificó su modelo al máximo y llegó a algunas conclusiones sorprendentes. La primera es que los países que, al tener iguales gustos y tecnología y no tener diferencias relativas en la dotación de factores (en su modelo sólo había un factor, con lo que no había nada relativo), no ganaban nada con el comercio en la teoría de H-O-S resulta que sí ganaban si se introducía dicha hipótesis de economías de escala internas; segundo, al practicar el comercio internacional mejoraba el bienestar de la gente, tanto porque aumentaban sus ingresos reales (al beneficiarse de la reducción de costes ocasionada por el aprovechamiento de las economías de escala) como porque se incrementaba la variedad de los bienes a los que podían acceder; tercero, la dirección del comercio (quién exporta cada cosa) estaba indeterminada y el volumen del mismo estaba determinado. Con este último punto se daba cuenta en parte de la hipótesis de Linder pero con base microeconómica. En menos de 10 páginas había revolucionado la teoría del comercio internacional y Krugman lo sabe y lo hace constar en dicho artículo: “El punto importante que se obtiene de este análisis es que se puede mostrar que las economías de escala pueden generar el comercio y las ganancias del mismo incluso aunque no haya diferencias internacionales en gustos, tecnología o dotación de factores”, dicho de otra manera, incluso aunque no interviniera ninguno de los únicos tres factores que lo explicaban antes de este artículo de Krugman.

No contento con ello, a continuación avanza las implicaciones que este nuevo paradigma tiene para la movilidad de los factores y, en definitiva, para la localización de la actividad económica. Respecto a la movilidad de los factores, el paradigma vigente antes de Krugman era otro de los elementos de la Teoría de H-O-S, debido en este caso a otro premio Nobel: Robert Mundell, quien había señalado que el comercio y la movilidad de factores eran sustitutos. Dicho de otra manera, en la Teoría de H-O-S, sin comercio y con movilidad (internacional) de factores se llega al mismo punto que con comercio y sin movilidad de factores. En el caso del modelo de Krugman pasa lo mismo y lo que ocurre es que Krugman aplica su modelo a un contexto regional y se pregunta qué pasaría si hubiera obstáculos al comercio. La respuesta de su modelo es que: “habrá un incentivo para que los trabajadores se muevan hacia la región que ya tiene la mayor fuerza de trabajo”. La explicación es muy sencilla: en el caso extremo de que no hubiera comercio y el factor trabajo se moviera sin el mínimo problema, la renta per cápita sería mayor en la región más poblada (las economías de escala reducen los costes) y habría una mayor variedad de bienes en la misma, con lo que la gente emigraría hacia dicha región. La siguiente pregunta es ¿en qué región se producirá dicha concentración? La respuesta de Krugman es “depende de las condiciones iniciales”. Dicho de otra manera, “en presencia de rendimientos crecientes la historia importa”. En todo caso, sea cual sea la región ganadora, podemos concluir que “en presencia de rendimientos crecientes la movilidad de los factores parece que lleva a un proceso de aglomeración”. De ahí la aparición de las áreas metropolitanas en un modelo que en principio se planteaba para explicar básicamente el comercio intra-industrial. La cosa no acaba ahí: Krugman aprovecha las últimas líneas del artículo para ofrecernos un resultado sorprendente para los que de alguna manera tenemos en la cabeza el proceso darviniano de supervivencia. En ese proceso de concentración de la población puede ocurrir que la población se concentre en el lugar menos adecuado, de mayores costes. La razón es clara: si todo depende de las condiciones iniciales y la región de mayores costes (menos eficiente, pues, con lo que sería deseable que la gente emigrase desde ella hacia la otra) da la casualidad de que los compensa con una mayor población (por ejemplo, por razones históricas) puede ocurrir que la gente emigre en la dirección errónea, hacia dicha región. Krugman es consciente de que está integrando el comercio con la localización y lo hace saber en el resumen de sus resultados respecto a esta última: “…Si no hay obstáculos al comercio, el trabajo se localizará en una única región; en qué región depende de la distribución inicial de la población. Finalmente, el proceso de aglomeración puede llevar a que la población se concentre en el lugar equivocado”. La vía abierta con su artículo de 1979 se culmina en lo que respecta al comercio intra-industrial con su artículo de 1980, en el que se formaliza en detalle el denominado efecto “mercado nacional” (el que se exporte lo que tiene en términos relativos una gran demanda interna) y aparece ya otra de las variables clave: los costes de transporte.

Finalmente, el artículo de 1991 articula todas las variables señaladas (economías de escala, costes de transporte, demanda) en un modelo centro-periferia que responde a la pregunta ¿por qué y cuándo se termina concentrando la producción industrial en unas pocas regiones, dejando a otras relativamente subdesarrolladas? Dicho modelo se basa en economías externas generalizadas (no específicas de un sector) de tipo pecuniario (no puramente tecnológicas) porque “en presencia de competencia imperfecta y rendimientos> crecientes, las externalidades pecuniarias importan” y, además, porque con ellas “somos capaces de realizar un análisis mucho más concreto que si permitiéramos que las economías externas surgieran de una forma invisible”.

En síntesis, aunque mucha gente quiere creer que le han dado el premio por otros motivos, lo cierto es que se lo ha ganado por tres artículos de 1979, 1980 y 1991. De hecho, ni siquiera lo ha obtenido por el conjunto de su obra académica, ya que no se han incluido sus muy importantes aportaciones al campo de las finanzas internacionales. Lo único que consta en la información dada por la Fundación Nobel es que se lo han concedido por sus investigaciones sobre “los patrones comerciales y la localización de la actividad económica” y, como he intentado mostrar, hay que leer la “y” en clave de intersección, ya que ha integrado ambas dimensiones. Nadie lo había hecho antes de esta manera tan formalizada y, consecuentemente, ha creado un campo (la “nueva geografía económica”) y ha revolucionado otro (el del comercio internacional, contribuyendo decisivamente a lo que hoy se denominan las “nuevas teorías del comercio internacional”).

Cándido Pañeda, Catedrático de la Universidad de Oviedo

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