¿Qué relación guardan la economía y los hijos?

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No es ningún secreto que, en épocas de crisis, la población disminuye porque la tasa de natalidad baja. A la falta de trabajo y al encarecimiento de la vivienda, dos derechos supuestamente fundamentales, se unen los gastos que ocasiona tener un hijo. Lo hemos vivido recientemente en España con la última crisis que se inició en 2008 y que ha provocado que, desde 2012, el número de muertes supere al número de nacimientos. Es lo que se llama crecimiento vegetativo negativo.

El problema surge cuando oímos hablar de quién pagará nuestras pensiones. Y es que la economía de un país depende, entre otras cosas, del porcentaje de jubilados, de la población activa y de los nacimientos. Es un argumento para los que defienden la inmigración. Hasta 2011, en España, el 20% de los nacimientos que se produjeron correspondió a población extranjera, lo que implica que las cotizaciones de esos padres, trabajadores inmigrantes, aumentaron las posibilidades de pagar las pensiones de los jubilados. Décadas atrás, el fenómeno lo vivieron intensamente algunos países europeos como Alemania o Suecia.

La demografía es una ciencia que estudia las poblaciones humanas y que no solo tiene repercusiones en su evolución y desarrollo o en la salud. También en la economía y en el grado de bienestar de un país. El porcentaje de personas mayores de 64 años es actualmente del 9% en todo el mundo, pero alcanzará el 19% en 2050, según estudios estadísticos realizados por Naciones Unidas. Esto implica algunos beneficios, pero también más gastos sociales en sanidad, dado que la esperanza de vida supera ya los 80 años gracias a los avances médicos.

Si tener hijos resulta caro, procurar el bienestar de nuestros ancianos lo es aún más. El envejecimiento de la población es un problema grave que acucia a los países más desarrollados, en los que cada vez resulta más difícil mantener un sistema público de pensiones basado en las cotizaciones de la población activa. De ahí que se barajen posibles soluciones como ampliar la edad de jubilación, prever un fondo de pensiones privado, aumentar las cotizaciones de los trabajadores … o premiar la natalidad con facilidades que van desde el cheque bebé, a la gratuidad de las guarderías, por ejemplo.

Lo saben bien en China donde la política del hijo único se aplicó durante más de tres décadas, desde finales de los 70 hasta 2015, sobre todo en zonas urbanas y bajo medidas muy agresivas en forma de sanciones o impuestos, y que provocó consecuencias bien conocidas como el abandono o asesinato de bebés y la proliferación de orfanatos. El objetivo era detener el expansivo crecimiento demográfico -la superpoblación- que dificultaba entonces el desarrollo del país, aliviándolo así de problemas ambientales y sociales. Se calcula que, desde entonces, China se ha ahorrado 400.000 nacimientos, frente a los 1.300 millones de habitantes con los que cuenta ahora. Las consecuencias, una población envejecida y un descenso importante de mano de obra, se empiezan a sufrir ahora.

Todos queremos vivir bien y vivir mejor. Tener hijos es un problema para las parejas jóvenes que empiezan en el mercado laboral de los países desarrollados. Y el descenso de la natalidad marca tendencia en muchos países civilizados, llegando a una reducción que roza el 50% desde los años 60.

Es el peaje del progreso. Incluso en Estados Unidos, la economía más boyante del mundo y con una respetable tasa de natalidad, empieza a hacer aguas. El pasado mes de junio, The New York Times publicó una encuesta sobre las razones del tímido descenso de la natalidad en el país que las autoridades han empezado a constatar. Las razones son variopintas pero previsibles: querer disfrutar más del tiempo libre, tener más libertad personal, menos responsabilidades y preocupaciones o no poder permitirse los costes económicos que un hijo conlleva.

En España, la tasa de fertilidad está en el 1,3 hijos por mujer en edad de procrear. Es una de las más bajas de la Unión Europea junto a Portugal, Italia y Grecia (curiosamente, los países que más sufrieron la crisis y que despectivamente formaron el grupo de los PIGS) pero también es una de las tasas más bajas del mundo, que encabezan Corea del Sur, Singapur, Hong-Kong y Moldavia (1,2 hijos por mujer fértil). En el lado contrario, los países con mayor tasa de fertilidad son Irlanda y Francia (1,9) y Suecia y Reino Unido (1,8) en la Unión Europea. Muchos países africanos tienen altas tasas de fertilidad (6,0) pero hay que tener en cuenta que también tienen altas tasas de mortalidad.

La tasa de fecundidad es un indicativo económico muy relacionado con el grado de riqueza de los países, pero sobre todo con el bienestar de la población. Mientras que, en países del tercer mundo, los hijos son vistos como mano de obra que contribuye a la mejora familiar, en los países desarrollados, la tendencia es la contraria. Si no hay trabajo, no podemos mantenerlos. Si trabajamos, casi siempre en exceso, no podemos atenderles. Nos guste o no, lo cierto es que la incorporación de la mujer al mercado laboral ha acarreado un aumento de los gastos sociales (guarderías y empleadas de hogar; a mayor nivel económico, precios más altos) pero también un descenso del tiempo que podemos dedicarles, lo que unido a las infinitas posibilidades de ocio convierten la crianza en un calvario.

Algunos expertos han llegado a afirmar que el desarrollo económico es el mejor anticonceptivo pero, como ya hemos visto, a la larga, la falta de nacimientos trae graves consecuencias. Habrá que fijarse en países como Suecia, Francia o Reino Unido donde tener hijos vuelve a ser una posibilidad deseada por muchos (ayudas, bajas maternales más largas, gratuidad de los servicios sociales, etc.). Y es que los bebés son buenos para el desarrollo económico. Progresar no siempre es crecer.

Autora: Elvira Calvo (8 noviembre 2018)

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