Robert A. Mundell

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Robert Alexander Mundell (nacido el 24 de octubre de 1932) es un economista canadiense. Ganó el Premio Nobel de Economía en 1999. Ha sido profesor en la School of Advanced International Studies, Johns Hopkins University y desde 1974 es profesor de economía en la Columbia University. En junio de 2005 obtuvo el premio «Global Economics» del Instituto de Economía Mundial de Kiel, Alemania.

Su trabajo sobre las áreas monetarias óptimas se considera el armazón básico sobre el que se construyó la zona euro.

EL MÁGICO MUNDO DE MUNDELL. Por Cándido Pañeda, Catedrático de la Universidad de Oviedo
Hay, al menos, dos formas de acercarse al Premio Nobel de Economía del año 1999. Una de ellas consiste en contar su vida y milagros (sus “quién” y su “qué”) y la otra pasa por contar su mágica forma de mirar las cosas (el “cómo”).

El quién y el qué
Comenzando por su vida (el quién), Robert Mundell nace en Canadá en 1933 y se forma en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y en la Escuela de Economía de Londres. El que naciera en Canadá, un país abierto al mundo y vecino del Tío Sam, justifica en parte su interés por el campo de la Economía Internacional, que posiblemente se refuerza por el hecho de que, en Londres, hubiera contando entre sus profesores con uno de la talla de James Meade, quien también fue Premio Nobel por sus aportaciones a dicho campo.
Su dotación inicial de recursos y su posterior acumulación de conocimientos en el MIT, en Londres, en Chicago y en el Fondo Monetario Internacional le situaron en una inmejorable posición para, en plena juventud, cuando todavía no había llegado a los treinta, revolucionar el análisis económico internacional: en 1957, a los 24 años, publica uno de sus artículos, ya clásicos, sobre el comercio internacional y la movilidad de factores; en 1960, a los 27, otro sobre el enfoque monetario de la balanza de pagos; en 1961, a los 28, otro sobre las áreas monetarias óptimas; en 1961, a los 30 años, otro sobre las políticas monetarias y fiscales en una economía abierta… En síntesis, en plena juventud, había realizado ya una obra redonda y genial. El precio pagado por tanta genialidad fue también elevado: la marcha era tan acelerada que Mundell se salió de la pista en los setenta y, aunque nunca ha dejado de publicar, puede decirse que no ha vuelto a incorporarse a ella hasta los años más recientes. En la actualidad oficia en la Universidad de Columbia y disfruta del clima mediterráneo en Italia, en su villa de Monteriggione, en compañía de su familia y otros animales.
En cuanto a sus milagros se refiere (el qué), Mundell nos dice, por poner algunos ejemplos, que la culpa de los déficit de la balanza de pagos la tiene la (mala) política monetaria. Y es que el exceso de oferta de dinero lleva a un exceso de demanda de bienes, que se satisface (si hay libre comercio y bajos costes de transporte) con importaciones. La consecuencia inmediata es clara: la política monetaria es fundamental para mantener el equilibrio de las cuentas con el exterior. Por otra parte, Mundell nos indica también que los efectos de las políticas monetaria y fiscal no son independientes del sistema de tipo de cambio y que, consecuentemente, la incorporación de la dimensión internacional altera significativamente los resultados. Concretamente, nos muestra que con tipos flexibles la clave está en la política monetaria, mientras que con tipos fijos está en la política fiscal. En síntesis, al ampliar el modelo cerrado con los aspectos internacionales se observa que, como diría Jarabe de Palo, los resultados dependen (de si el tipo de cambio es fijo o flexible). Finalmente, Mundell nos señala también que el tamaño de un área monetaria óptima (a grandes rasgos, un espacio económico con una única moneda, en el que es posible lograr -de ahí lo de “óptima”- el equilibrio interno -bajo paro y baja inflación– y externo -equilibrio en la balanza de pagos-) está relacionado con la movilidad de los factores (trabajo y capital) y, así, el que un área monetaria sea más o menos óptima depende de que (por decirlo claramente, aunque sea de una forma muy simplificada) los trabajadores reaccionen, ante el palo del paro existente en una región, eligiendo entre dos jarabes de palo: la flexibilidad salarial o la emigración.

El cómo
El Premio Nobel se lo han dado por sus milagros, pero estos dependen, a su vez, de su forma de enfocar la economía. En aras de la brevedad, se podría decir que el secreto de Mundell está en su manera de ver el mundo, al que enfoca desde una perspectiva social basada en una ventaja comparativa dinámica. A este respecto es de obligada lectura un librito suyo de 1968 titulado “El hombre y la economía”. Todo empezó, nos cuenta Mundell, con un mundo estacionario, en el que siempre se volvía a la situación de partida. En un indeterminado momento, en ese mundo “el homo sapiens tuvo una ventaja comparativa para desarrollar: el uso de la inteligencia”. Con su cerebro, “el hombre pudo sacar provecho, no sólo del proceso de evolución biológica –aburridamente lento-, sino de algo totalmente nuevo: la acumulación social”. “El gran avance se produjo cuando el hombre aprendió a transmitir el conocimiento de una generación a otra y a acumularlo. Otras especies pueden transmitirlo, pero sólo el hombre lo almacena”. De ahí la rápida evolución social que ha compensado con creces la lenta evolución biológica y de ahí que Mundell vea siempre a la economía como una ciencia que analiza un mundo de interdependencias sociales que evoluciona y en el que, consecuentemente, hay, además de mercados, externalidades y, con ellas, bienes mágicos y metaintercambios: “La producción y distribución de los bienes corrientes implica un costo en recursos reales, de manera que, cuanto mayor cantidad se entrega de ellos, menos se posee. Los bienes mágicos son aquellos que, aunque pueda costar recursos producirlos, siguen existiendo y todo el mundo puede consumirlos… El pan es un bien ordinario… una idea es un bien mágico porque si una persona la consume no por ello tendrá que dejar de hacerlo otra”. El intercambio de bienes mágicos (lo que él denomina el metaintercambio) puede arrojar ganancias enormes ya que dentro de ellos se incluyen muchas actividades: “si un empresario se siente a gusto en sus funciones de organizador de los factores de producción, por las cuales además se le remunera generosamente, se beneficia con el metaintercambio. Si un científico o un artista se sienten interiormente predispuestos a la actividad creadora y descubren, por añadidura, que la sociedad desea compensarlos por ello, están haciendo metaintercambio. Cuando un obrero ama su trabajo, un artesano se enorgullece de su destreza, un maestro se siente realizado al transmitir el arte del descubrimiento, en todos estos casos hay una doble paga: el placer de trabajar, o “exportar”, y la recompensa pecuniaria que se obtiene. En realidad, uno de los objetivos de la organización social moderna consiste en ampliar la clase de las metatransacciones”.
Los bienes mágicos y los metaintercambios nos remiten, como se acaba de apuntar, a las externalidades, esto es, a aquellas situaciones en las que los beneficios/costes de la sociedad difieren de los del individuo (por ejemplo, cuando un agricultor planta un árbol lo hace pensando en su futura venta como madera –el beneficio privado- pero, al mismo tiempo, está generando un beneficio social, que no cobra y que se manifiesta en forma de paisaje y oxígeno). Pues bien, Mundell considera las externalidades desde una perspectiva eminentemente dinámica. Ello lleva a que, sin negar la vía tradicional de enfrentarse a ellas (desde una perspectiva estática, regulándolas vía impuestos o subvenciones), termine optando por utilizarlas como instrumento para el avance social: “las externalidades tienen un papel útil que cumplir y, en el largo plazo, a menudo es provechoso para la sociedad no interferir en ellas. Su utilidad se deriva del estímulo que proporcionan para la reorganización de los grupos sociales… El fin de muchos tipos de externalidades es obrar como guía para la formación de sociedades y empresas con fines de lucro”.
En el mágico mundo de Mundell hay, pues, bienes mágicos, metaintercambios, instituciones… y muchas ideas. Dentro de estas últimas, a veces unas luchan con las otras y, así, por poner un ejemplo destacado, Mundell nos ofrece razones poderosas para huir de la intervención pública en la economía. Dicho con sus palabras, “un gobierno que interviene a través del sistema impositivo para compensar las divergencias debidas a las externalidades… puede congelar la estructura institucional, transformándola en un esquema ineficiente al sofocar las señales que guían la evolución social de los grupos privados”. De aquí se podría concluir que Mundell es partidario de dejar hacer a la mano que, guiada por el egoísmo, mece la cuna y nos hace ricos y famosos. Sin embargo, el mágico mundo de Mundell se basa en algo más que en la búsqueda del propio interés: “podría pensarse que el egoísmo es suficiente… Por desgracia, la experiencia no permite sostener esa feliz conjetura”. Por dicha razón y porque, por poner un ejemplo destacado, “la ausencia de un gobierno mundial efectivo señala una brecha institucional en la sociedad mundial, una externalidad aun no explotada” es por lo que considera necesario cubrir dicha brecha: “La ganancia que se obtendría si se explotara esa externalidad, internalizándola, creando un gobierno mundial efectivo, sería nada menos que reducir el riesgo de una destrucción colosal”. Y si esto no fuera posible, cabe al menos apelar al imperativo moral, a “la ética, nacida de la conveniencia y de los instintos de autoconservación”. Dicha apelación “no sería un ideal utópico, sino una expresión natural de la conciencia cada vez más acuciante del género humano, el imperativo de cooperación de nuestra época”.
Como se puede observar, a su juicio el egoísmo no basta y, por ello, son precisas las instituciones privadas y las públicas, el mercado y el estado. Ante un diagnóstico como éste, uno puede pensar que, en un momento de debilidad, el nada complaciente y sí muy rígido (los términos son suyos y sirven para diferenciar las posiciones keynesianas de las monetaristas) Mundell se ha dejado arrastrar por su gusto por la combinación de políticas, con lo que al final, a base de mezclarlo todo, ha terminado por vendernos un brebaje que ni es chicha ni es limoná. Otra forma, alternativa, de verlo es considerar que el mundo es, además de mágico, complejo y contradictorio. O, dicho de otra manera, con palabras de Walt Whitman citadas por Bob Mundell, “¿de manera que me contradigo? Muy bien, entonces; me contradigo. Soy amplio, contengo multitudes”.
LNE, 9 de noviembre de 1999

OTRAS REFERENCIAS
Premio Nobel de Economía 1999
Home page of Professor Robert A. Mundell at Columbia University
MIT Digital Thesis Library – «Essays in the theory of international capital movements» by Robert A. Mundell
Resumen de obras, artículos y otros recursos de Robert A. Mundell

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