Robert M. Solow

Robert M. Solow
Premio Nobel de Economía 1987

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Biografía

Robert Merton Solow (23 de agosto de 1924, Nueva York, EE. UU.) es un economista estadounidense especialmente conocido por sus trabajos sobre teoría del crecimiento económico. En 1987 recibió el Premio Nobel de Economía. Realizó estudios econométricos sobre las inversiones en capital fijo y sobre el impacto de la tecnología en el aumento de la productividad. Participó destacadamente en el gran Debate de las dos Cambridge.

Cómo enfrentarse a las cosas

En la primavera de 1989 muchos antiguos alumnos de Robert M. Solow (gente tales como los futuros Nobel de Economía Akerlof o Stiglitz) y compañeros de toda la vida (como el Nobel Samuelson) se juntaron en el MIT para celebrar los 65 años de un economista especial: un economista poco economicus (poco robinsoniano) y muy politikon, esto es, un homo que, lejos de vivir solo, era y es muy social. Había muchas razones para ello: por una parte, el hecho de que Robert M. Solow decidiera retirarse en dicho momento (“pensé que el departamento estaría mucho mejor con otro joven docente e investigador”) mostraba su humildad, que es la consecuencia de su sabiduría. Y es que Solow sabía y sabe que conviene “No tomarse demasiado en serio a uno mismo”, ya que “la vida está llena de pequeñas ridiculeces, incluidas las propias”. Por ello y porque, encima, “resulta bastante difícil reconocer estas últimas” es por lo que “al menos se puede evitar una actitud pomposa ante ellas”.

Por otra parte, el que no se tomara demasiado en serio a sí mismo no significaba que no trabajara mucho y bien. Entre otras razones, porque uno se debe a los demás y conviene “no defraudar al equipo”, ya que “las tareas más útiles se realizan en grupo”. Por esta causa, ha colaborado con mucha gente: desde Samuelson (con el que ha compartido investigaciones y ha conversado de todo lo habido y por haber) hasta los políticos (formó parte del Consejo de Asesores Económicos de Kennedy), pasando por sus estudiantes. Respecto a estos últimos, señala: “creo que si hubiera abandonado a mis estudiantes, podría haber escrito un 25% más de trabajos científicos”. Consecuentemente, si hubiera sido un homo economicus, hubiera pasado de ellos. Sin embargo, no lo hizo: al ser un zoon politikon, “era fácil realizar la elección y no me arrepiento”. La consecuencia de todo ello es que Solow no está sólo, sino que tiene un millón de amigos y es querido por generaciones de estudiantes y profesores de economía de todo el mundo.

Hasta ahora he resaltado en cursiva dos de los consejos que Solow nos da en sus “notas para enfrentarse a las cosas”. Nos queda el tercer consejo que, en principio, es un tanto sorprendente, pues “conlleva una contradicción parcial de otro mandato: establecer las prioridades antes de actuar”, mandato este último que parece muy propio de un economista. Pero, como ya he señalado, Solow es un economista muy especial. Por ello, su tercer consejo es “si se ve algo que se debe hacer, hacerlo”. Esto es, hay que hacer lo que se debe hacer y, en un mundo de información imperfecta, hay que ir con cuidado, para no hacer daño: “se obtienen mayores beneficios de arreglar algo que de empezar desde cero” y es que “las prioridades no están lo suficientemente claras como para dejar escapar una oportunidad de hacer algo útil”, aunque no sea lo óptimo globalmente. Dicho de otra manera, hay que ser útil, yendo paso a paso, tanto porque “los métodos de gradación son una buena receta multiusos para la optimización local” como porque “los buscadores entusiastas de máximos globales corren el riesgo de caerse por grandes precipicios”.

Hacer crecer el crecimiento

En la línea de investigación que le llevó al Nobel, Solow dio, paso a paso, con una formulación matemática impecable, un salto un tanto revolucionario, pues nos hizo ver, primero, que si bien es cierto que, en parte, el crecimiento económico depende de la acumulación de capital (máquinas), también lo es que depende, en una parte mucho mayor, de la tecnología. Traducido en clave de empanada gallega, supongamos que queremos hacer empanadas y que sólo tenemos problemas con dos ingredientes: la harina y la leche. Dado que sabemos que una empanada requiere, más o menos, tres cuartos de harina (de, por ejemplo, la marca “mano de obra”) y un cuarto de leche (de, por ejemplo, la marca “máquinas”), con dichas proporciones nos saldrá una buena empanada. Ahora supongamos que tenemos que hacer muchas empanadas y que da la coincidencia de que tenemos menos harina de la necesaria y más leche de la requerida. Dado que “a falta de pan buenas son tortas”, podemos intentar compensar la falta de harina añadiendo más leche, pero, como sabemos, pasado cierto punto, la cosa se pasa de punto, no funciona: las primeras empanadas no tendrán problemas (habrá crecido, pues, la cantidad de empanadas, por ejemplo, de la marca “Producto Nacional”), pero llegará un momento en el que las nuevas empanadas tendrán demasiada leche y poca harina y no servirán para nada (habremos dejado de crecer). Pues bien, este es el primer resultado que nos aporta Solow en un artículo de 1956 (“Una contribución a la teoría del crecimiento económico”, publicado en el Quarterly Journal of Economics): que, contra lo que se pensaba hasta entonces, el camino al crecimiento a través de la acumulación de capital (más ahorro, más inversión, más producción y, consecuentemente, crecimiento) es importante, pero que tiene sus límites, ya que a determinados niveles la acumulación de capital no sustituye al trabajo (volviendo a la empanada, pasado cierto nivel, la leche no sustituye a la harina).

Llegados a este punto y bajo el supuesto de que no hay forma de hacerse con más harina, la pregunta que cabe plantearse es si, a pesar de ello, todavía podemos seguir haciendo empanadas (creciendo). La respuesta de Solow es que sí, ya que de alguna manera podemos arreglárnoslas para sustituir el ingrediente que se ha vuelto escaso en términos relativos (la harina de la marca “mano de obra”) por tecnología (por ejemplo, reordenando el proceso productivo de tal manera que se reduzcan notablemente las pérdidas de harina). Hay, pues, una salida: la tecnología en un sentido amplio, que, además, tiene una importancia decisiva. Así, de acuerdo con los resultados expuestos en su segundo artículo clave sobre este tema (“El cambio técnico y la función de producción agregada”, 1957, Review of Economics and Statistics), la clave del crecimiento esta, justamente, en la tecnología, que se presenta como la variable fundamental para explicar lo que posteriormente se denominó “el residuo de Solow”, que, por otra parte, se puede cuantificar gracias a su “contabilidad del crecimiento”. En definitiva, Solow nos aportó dos ideas fundamentales respecto al crecimiento: un análisis teórico (“el modelo de Solow”) y una forma de medirlo (la “contabilidad del crecimiento”). De ahí que su obra fuera una obra redonda, completa (teoría y medición), dentro de ese camino sin término hacia la comprensión de, por decirlo con los términos de Adam Smith, las causas de la riqueza de las naciones.

Economía como ciencia social

El último rasgo que desearía destacar de Robert Solow es que su forma de ver la ciencia económica va en el sentido contrario del seguido por algunas de las corrientes más de moda en la economía en la actualidad, ya que, manteniendo al máximo el nivel del rigor, la ve con más calor: en vez de verla en clave de ciencia dura autosuficiente, la observa con una mayor flexibilidad y apertura, como ciencia social. Dicho con sus palabras: “… sospecho que los intentos de construir la economía como una ciencia dura basada en axiomas están condenados al fracaso”. Por ello, “el interés de la economía científica estaría mejor atendido mediante una aproximación más modesta. Tenemos bastante trabajo sin pretender un grado de completitud y precisión que no podemos dar. En mi opinión, las funciones genuinas de la economía analítica se describen mejor informalmente: organizar nuestra necesariamente incompleta percepción sobre la economía, ver conexiones que el ojo no instruido dejaría pasar, contar historias causales verosímiles (a veces incluso convincentes) con la ayuda de unos pocos principios fundamentales, y realizar valoraciones cuantitativas aproximadas sobre las consecuencias de la política económica y otros acontecimientos exógenos. Desde esta perspectiva, lo más probable es que el producto final del análisis económico sea una colección de modelos supeditados a las circunstancias de la sociedad… y no un modelo monolítico único para todas las estaciones” (“Historia económica y economía”, American Economic Review, 1985, traducción disponible en www.revistaasturianadeeconomia.org ). Al final, da la impresión de que Solow no se ha olvidado de sus primeros estudios de sociología con Talcott Parsons y de antropología con Clyde Kluckhohn, y tampoco de las historias de W. H. B. Court que le hacía leer A. P. Usher.

En definitiva, el Nobel Solow nos dice que no viajemos solos, que optemos por una ciencia económica más humilde y más abierta. Dicho de otra manera, el profesor Solow nos anima a acompañarle en su viaje hacia una ciencia económica que, manteniendo todo el rigor, no se olvide de que “toda la actividad económica definida en un sentido muy restringido está incrustada en una red de instituciones sociales, costumbres, creencias y actitudes”.

Cándido Pañeda Catedrático de la Universidad de Oviedo

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