Suficiente para todos pero millones siguen muriendo de hambre

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Suficiente para todos pero millones siguen muriendo de hambre

29/01/2013 | Louise Lucas

La comida nunca ha sido un problema global tan importante. 1,5 miles de millones de personas con sobrepeso y obesidad comparten el mundo con 870 millones de personas que no pueden obtener de manera regular comida suficiente, y los gobiernos se enfrentan a los mismos retos con retos similares: cómo producir más comida con menos tierra, reducir los desechos y la volatilidad de los precios, mientras luchan contra los patrones erráticos del clima.

Los pronósticos de las Naciones Unidas ilustran la magnitud de ese reto en el entorno del incremento poblacional y el mediocre crecimiento de la producción: para poder alimentar a los 2 mil millones de estómagos adicionales esperados para el año 2050 se necesitará un incremento del 70 por ciento en la producción de alimentos.

Pero, mientras los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura muestran que una de cada ocho personas se acuestan hambrientas cada noche, está claro que el problema ya existe.

Y lejos de ser un problema de los países pobres del mundo, el número de gente que no puede acceder a un mínimo de alimentos diarios está incrementándose en los países desarrollados. El pasado julio en los Estados Unidos se alcanzó el record de 46,7 millones de personas que utilizan vales de comida, mientras que en el Reino Unido es probable que se alcance un record este año, ya que se espera que este año 200.000 familias reciban alimentos de primera necesidad de los bancos de alimentos, según Trussell Trust.

Luca Chinotti, un consejero de Oxfam, describe el hecho de que tanta gente pasase hambre en el periodo 2010-2012 – más que la población de Estados Unidos, Europa y Canadá junta – en un mundo que produce actualmente suficiente comida, como “El mayor escándalo de nuestra era”.

Citando a los culpables habituales – inacción política, falta de inversión, apropiación de tierras y el cambio climático – insiste “Necesitamos un nuevo enfoque a la forma en que crece, se comparte y se organiza la comida y otros recursos naturales”.

Agricultores, fabricantes, gobiernos y otros responsables de políticas están normalmente de acuerdo; las discrepancias se basan en la respuesta y el ritmo del cambio necesarios. Muchos argumentan que hay suficiente comida, pero simplemente no está dónde se necesita. Se estima que en las regiones más ricas del mundo, cerca de la tercera parte de la comida acaba en la basura, mientras en la India el deficiente almacenaje hace que un porcentaje similar de alimentos se pudra antes de poder ser procesados.

Otras sugerencias que se han debatido causan mayor angustia. Tecnologías como la modificación genética de alimentos están prohibidas en franjas enteras del planeta. El uso de cultivos alimentarios para producir biocombustibles también aumenta la preocupación. Todo esto, junto con los especuladores, ha sido la causa de la era de precios altos y volátiles que ha tenido su punto álgido este pasado año.

ActionAid, la organización no gubernamental, cita la investigación llevada a cabo por la Tufts University que muestra que desde 2005-06 a 2010-11 el aumento de la producción de etanol en los EE. UU., producido a base de maíz, elevó el precio de este alimento a nivel mundial e hizo que los países importadores de este cereal pagaran 11,6 miles de millones de dólares de más por el aumento del precio del cereal – siendo países emergentes más de la mitad de los que tuvieron que asumir el aumento.

Carlos da Silva, un economista agroindustrial sénior de la FAO, dice que los retos incluyen, tanto aspectos ambientales como la disponibilidad de comida, y lo explica así “Los creadores de políticas tienen que equilibrar estos aspectos, y a veces puede ser conflictivo”.

Para muchos, la solución es una nueva “revolución verde”, una recreación de la revolución agraria que llegó a los campos de cultivo y aumentó su rendimiento a partir de los años 40. Desde 1970 la inversión ha decaído y, con ello, la ganancia en productividad.

Roger Sylvester-Bradley, principal investigador científico en Adas, la consultora de agricultura natural y medio ambiente que ha aconsejado al gobierno británico sobre la producción alimentaria, dice “Creo que los problemas son más grandes y más urgentes de lo que los gobiernos están reflejando”. Él sugiere aumentar la inversión gubernamental, aunque, como otros, también prevé un futuro donde los costes de los productos alimenticios reflejen mejor su impacto en el medio ambiente y otros recursos.

Además de más dinero, le gustaría verlo mejor invertido. “Ahora, las fronteras de la ciencia biológica se han movido del campo al laboratorio y a minucias” dice.

Durante la actual crisis financiera de la eurozona, no es sorprendente que pocos gobiernos tengan el ánimo de enfocar la seguridad alimenticia de forma coordinada.

Se requerirá de acuerdos de países con enormes diferencias en su desarrollo – China (que se urbaniza a pasos agigantados porque los granjeros escapan del entorno rural); los EE. UU. (que no se bajan de su coche) – y la débil y fragmentada cadena de producción de alimentos.

En el fo
ndo están las personas que cultivan la tierra. Muchos son agricultores de subsistencia, que apenas pueden mantenerse a sí mismos, con una de las tasas de suicidio más altas de cualquier sector laboral.

A diferencia de otros trabajadores, los granjeros no están organizados, y muchos operan como empresas uni-familiares. Son sujetos de crédito de alto riesgo porque sus ingresos están a merced del clima y a menudo de clientes volubles, por ello muchos tienen limitaciones de acceso a créditos de corto plazo, y virtualmente a ninguno de largo plazo.

Aquí es donde la industria está entrando. Como jefe corporativo de agricultura en Nestlé, la compañía alimentaria más grande del mundo – y habiendo sido granjero él mismo – Hans Jöhr pasa mucho tiempo en la granja.

“Intentamos ayudar a los granjeros a crear modelos de negocio más interesantes”, dice- “Así tendrán mejores ingresos para que las granjas pequeñas se vuelvan más atractivas y puedan retener trabajadores”.

Así Nestlé, como sus semejantes, emplea grandes equipos de agrónomos que entrenan y proveen de habilidades técnicas a los granjeros. También les ayuda a obtener acceso a fondos con tipos de interés razonables y provee a sus productos de garantías de mercado.

La coordinación entre industria y las ONG aumenta, pero todavía se queda corta. Éstas no son las únicas interesadas que muestran sus dudas debido a la rivalidad existente que se interpone en el camino. Igualmente fragmentadas, dicen algunos, están las agencias alimentarias ocupadas en combatir el hambre. Pese a todo, ninguna espera un milagro. Reducir la promoción de biocombustibles, una mayor participación de la industria, y políticas gubernamentales que luchen contra el hambre, son los pasos para disminuir la escasez de alimentos.

A principios de este año, Bill Gates, el fundador de Microsoft convertido en filántropo, rompió un tabú en la comunidad del desarrollo al acusar públicamente que en Naciones Unidas se permiten peleas e ineficiencia entre sus agencias, minando así su papel.

El señor Gates, que ha donado alrededor de 2 mil millones para la seguridad alimentaria en la última década, y planea dar otros 2 mil millones en los próximos cinco años, dijo en Roma a una audiencia formada por las tres agencias, que el sistema actual era “desfasado e ineficiente”.

“Países, agencias alimentarias y donantes no están trabajando juntos de una forma centrada y coordinada para proporcionar ayuda a los pequeños granjeros que la necesitan, cuando la necesitan” dijo.

Dependiendo de con quién se hable, hay muchos más culpables que responsables de las políticas y los gobiernos.

Bancos y fondos de inversión, así como corredores de bolsa, entran regularmente al mercado para golpear cuando los precios de los productos básicos suben, aunque la acusación de que ellos son los responsables de la escalada de precios no es del todo cierta.

La industria energética y los gobiernos que han promovido el uso de biocombustibles a partir de azúcar de caña y maíz – “Desviando alimento de las bocas y poniéndolo en los motores”, dicen los críticos – también tienen mucho por lo que responder.

Muchos se están dando cuenta, y dan marcha atrás en algunas regulaciones. En octubre, por ejemplo, la Comisión Europea en una directiva revisada, limitó el uso de biocombustibles. Si se adopta, permitirá a los estados miembros de la Unión Europea disminuir a la mitad el 10% que era el objetivo de uso de energías renovables, siendo necesario alcanzar el resto a través de otras formas más benignas de biocombustible obtenidas a partir de desperdicios.

Dice el Sr. da Silva, desde la FAO, que “Todavía hay mucho camino por recorrer”.

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